sábado, 6 de julio de 2013

Somos también lo que desconocemos

Por Alberto Castellanos


AL MARGEN DE CUALQUIER DEFINICIÓN




 
En la tecnologizada actualidad en que nos encontramos y en la aún rozagante aurora del mismísimo siglo veintiuno, el cual fuera fantásticamente idealizado entre perspectivas sagradas y profanas, tal como solía expresarse por algunos lares que hasta hace poco existieron, se estima que más de setecientas cincuenta mil especies marinas aún no han sido descubiertas. Esta afirmación quizá expresada de manera excesivamente coloquial, desde luego pretende ir allá de la consabida sentencia de que se ha explorado más la superficie de la Luna, y por ahí derecho del orbe de Marte, porque el “Wall E” ese que enviaron para efectuar la tarea suicida de una primera exploración a la distancia, pues como que ya desde hace rato que viene estableciendo intensa comunicación y transmitiendo las inaugurales postales de ese distrito extraterrestre. Difícil imaginar los informes de un robot solitario sobre sus larguísimas y agenciadas ociosidades, en este caso en el planeta hermano.

Realmente que nos hemos alejado de aquellos principios de donde se considera que proviene, con fundamentos más que elocuentes, la mayor parte de las raíces en las que se afirman de manera categórica las múltiples configuraciones, socialmente paradigmáticas, en que nos las pasamos inmersos  actualmente, y lo hemos hecho de manera magistral, nadie lo niega, a unos niveles de monumentalidad que pareciera a veces como si sólo se tratara de un fenómeno de distracción de masas, prejuiciosamente hablando y por decirlo de algún modo. Excúsenme el posible uso desmedido del epígrafe y los coloquialazgos; en mí es casi como un fundamento histórico, perdido en el horizonte de una generalizada indiferencia por antiguos arquetipos, de todas formas tan ancestrales. Pero es que no debe haber nadie que no sea producto, directo o indirecto, de ese fenómeno conocido con el aún controvertible nombre de modernidad. Y que sirva como evidencia para afianzar la ligera confusión de algunos argumentos demasiado sinuosos.

Las dimensiones escabrosas pueden hacer parte de una brusca particularidad contemporánea, la cual si fuera necesario explicar, podría relacionarse más o menos objetivamente, a través de ese otro fenómeno de explícitas filiaciones artefactuales con el impulso de la interacción lingüística, y que se distingue de manera igualmente debatible, en medio del periodo bipolar del entrelazamiento ecléctico de las generaciones de fin y comienzos de siglo, tan poshumanista y preliberal, en términos desparpajados; yo la convocaré bajo el improbable calificativo de aforo ecléctico del lenguaje enmarañizado. A vosotros os hablo, podría ser un modus confraternus validus in operantia en este sub-vertedal territorio, donde las realidades se tergiversan con absoluta tranquilidad, en un efectivo ensañamiento de grafía autodidacta por más señas.

Y en eso ya les llevamos una gran distancia a los demás animales, al menos en esa dimensión que consiste en imponer una psicología de conducta de reconocimiento legítimamente superior, sobre sus distintos semblantes comunicativos, de los cuales se está precariamente al corriente, habría que señalar. Bueno, tampoco una conducta de reconocimiento legítimamente superior, pero sí al menos una que licencia para modificar brutalmente los entornos y hacer casi todo lo que se le viene en gana sobre el arañado orbe terráqueo, y allende los cielos, cuando ya no tanto sobre los espíritus y otros dioses, que a veces parecieran pestañear entre sueños colectivos. Claro está que a veces ello ocurre con un carácter fascinante y no siempre desde el punto de vista más íntegro, pero eso es harina de otro costal y el ser humano tiene derecho a soñar, aunque se vea abocado de tanto en tanto, a beneficiarse con un tipo de observación estimada sistemáticamente bajo otras facetas del dogmatismo especulativo, por decirlo de algún modo.

La ciencia es.., o más bien se define, bueno es difícil cuando se trata de constreñir gran parte de nuestra sutil estructura de marcada curiosidad artefactual, definir eso que podría llamarse de buenas a primeras, para empezar por algo, “el oficio ortodoxo y culturalmente aceptado de los investigadores factuales”, cuyo quehacer no es más que un rastreo permanente de aquellos hechos que, por su vigencia y conjunto de rasgos desconocidos, permanecen sepultados en la oscuridad de lo que se ignora, una travesía más bien fantástica desde ciertos ángulos. Volveré sobre este punto en algún momento. Tal vez sólo un tramo de este simulacro de afirmación no sea un axioma descabellado, pues de la ciencia se puede decir incluso que se comporta como un ensayo experimental, un ensayo del discernimiento en continuo ejercicio autocorrectivo, y en la actualidad, con una marcada estética performática si se me permite.


Es seguro que también se pueden señalar los más diversos y puntuales disparates sobre la ciencia, sin que tintineen como las cabriolas de una cháchara barata, pero hay ciertas cosas que hacen mejor con quedar insinuadas, principalmente tratándose de unos horizontes tan especificados. Y por cosas debo manifestar que me concibo habitante de un punto de vista limitado por orquestaciones particulares que no vale la pena mencionar en este bosquejo, pero del cual se puede decir que le asigna una referencia grandilocuente a todo aquello que pueda ser señalado, sin despertar animadversiones de ninguna especie, dentro de la naturaleza que puede ofrecer un puesto de observación cualquiera, delimitado por aparentes nimiedades a tomar en cuenta. Si me equivoco innecesariamente con ello reclamo de antemano un por favor abstenerse de sentenciarlo en mi haber, pues este documento no guarda relación directa con la ciencia ni con ninguna de sus ascendencias, por lo menos las más cercanas.



Además de reinventarse nuestra mitología rejuvenece con épica persistencia.




En 2004 inició un periplo que no termina, su génesis abarca una gran área del planeta azul, de este planeta que habitamos los humanos sin conocer, con digna plenitud, ni una pequeña fracción de su materia y las intrincadas relaciones derivadas de la misma. La historia de ese periplo se vislumbra por primera vez en un registro sónico de naturaleza inexplicable, flotando en un territorio ignoto de la jurisdicción más inescrutada de nuestro enigmático planeta azul. El registro es una pista resonante que posee un perfil misterioso, el cual proviene de alguna de las todavía teóricas regiones vedadas de las profundidades del océano, del cual se dice que conocemos peor que lo que se puede afirmar que conocemos la superficie de “nuestro” satélite rocoso, a un buen número de kilómetros de distancia por fuera de la estratosfera.

Quizá el hecho de que nos hallemos casi que coleccionando o conquistando, o registrando de manera permanentemente e insaciable, un determinado recodo de conocimientos sobre tantas áreas, tan lejanas y difusas amén por todos los visionarios, no sea más que una encantadora persiana que facilita el tener que afrontar, bajo condiciones favorables para los delicados sentidos, la responsabilidad de razonar sobre lo poco que de esta exuberancia de vida en permanente peligro se ha podido integrar cuasi̴cabalmente, a la macro-dimensión que sojuzga cuanto existe con la supremacía de la especie superior. Y es que en nuestra común biografía, permítanme conjeturar a tú por tú, nuestra presencia quedará definitivamente y para la posteridad, como el acto ruin de unos genes desenfrenados que se las arreglaron para convertir el refugio galáctico que nos tocó en suerte, en un lugar más bien corriente que usamos como cloaca inmensual para contener los dadivosos mismas residuales en los que suelen expresarse, con ampulosa grandilocuencia, las magnitudes altruistas de un progreso cuestionable.

En fin, que es una opinión más bien algo armagedónica y no debería ser tenida en cuenta, más allá del interés efímero en los delirios de un expeditivo más o menos coetáneo. Pero ya que la enormidad que significamos demanda un absurdo flujo de suministros, y que en la actualidad la relación que se tiene con el planeta se ha transformado en un tema de consumación riesgosa para la propia supervivencia, el desnudo dato de que al alcanzar un considerable número de individuos o ejemplares, sin otro propósito definitivo que sobrevivir a costa de cualquier artimaña de prudencia, simplemente amilana todos los atisbos de sensatez. Es muy simple tal y como suena, sin embargo en la realidad diaria se manifiesta como una sombría paradoja; hemos multiplicado nuestras posibilidades de permanecer, aunque al hacerlo también multiplicamos o exponenciamos, las oportunidades de todo lo contrario.

Las expectativas van y vienen, atravesando de maneras tan sensatas como escandalosas dicha problemática. En medio de todas estas ilusiones y de aquellas que, como materia prima de la mente, nos sirven para configurar tanto las nociones más personalizadas como las culturalmente menos exóticas, así por ejemplo el amor o la felicidad en sus acepciones personales, y las otras más extendidas y susceptibles de ser atribuidas a un molde de tradición más consensuada, o al conjunto comportamental conocido por sus prácticas habituales, por decirlo de alguna forma, ironías de nuestra dialéctica categoría de existentes, se destaca una que nos marca como especie, quizá mejor que cualquier otra que nos haya constituido. De igual forma se trata de una sensación ilusoria, una percepción transmigrada en los genes, que nos aproxima a la posible índole foránea de nuestro origen.

El producto de nuestra perspicacia sobre los linderos de una idea acaso neciamente desacreditada, de que podríamos o bien no, encontrarnos solos en el universo, ha permitido quizá la sucesión de evoluciones e involuciones mentales responsables, cuando menos, del momento actual, en el que la pregunta se ha estrechado pero también mixtificado considerablemente, en el sentido racional involucrado con la dimensión del pensamiento científico. Claro está que no se puede generalizar libertinamente sobre una cuestión tan espinosa. Suele aceptarse que a través de lo que se conoce como pensamiento científico, se llega a deducir de manera bastante admisible, que una aproximación menos generalizada puede implicar, aunque no necesariamente, resultados más especializados y unidos por la potencia del raciocinio, en forma tal que mientras más se explore una parte del todo, mejor puede verse aproximado el entendimiento sobre las relaciones con el todo que podrían estar determinando la parte.

Bajo la lupa de un sano escepticismo y siguiendo todavía la ruta de pensamientos más aceptada, resulta más factible en la actualidad que quienes escucharan las cuestiones en torno a nuestra posición en la inmensidad del cosmos, y la exótica posibilidad de encontrar horizontes interpretativos semejantes, o incluso alguna arcana civilización, ajena a la historia que nos define como especie, se encuentren más inclinados a la juiciosa aplicación de sus facultades sobre el calibre de esta pregunta. Y ello, me atrevo a denunciar, dentro del entorno mismo que creemos habitar casi por entero, ilusión mentefáctica, como si fuésemos o hubiéramos sido la única conciencia con potenciales reflexivos, representativa del rasgo identitario de extraordinaria excepcionalidad y todo lo que se quiera, que nos ubica a los seres humanos en un lugar privilegiado de la historia que, por otro lado, parece ser conocido sólo por nosotros y con mucha precariedad de igual forma, si nos ponemos un poco francos.

Pues bien, volviendo al 2004, en la superficie de la historia más reciente, aunque no por ello mejor registrada y no por negligencia voluntaria, quizás todo lo contrario, aparece entre el cúmulo de “descubrimientos” que podrían beneficiar el acervo (¿aura?) cultural que nos circunscribe a la realidad de manera directa, y que todavía no lo han hecho habría que precisar, gracias a que los consabidos y reconocidamente desconocidos intereses nacionalistas y gubernamentales de un poderío todavía vigente, del cual no me quiero acordar, supuestamente se encuentran amenazados o en potencial de estarlo, uno de dichos alumbramientos de la razón merece, así obedezca a una naturaleza discordante, incluso quimérica o desfigurada, una especial y detenida atención, si se consideran sus posibles aplicaciones, aunque continúe en tela de juicio el fraude impenitente que parece oscurecer el extraordinario hallazgo, el cual se ha visto encubierto, o podría verse de ser cierto, por la capacidad que otorga y se adjudica el monopolio del poder, o al menos su brutal contingencia.

Si bien el leve alboroto generado por el “informe parcial” del hallazgo, no parece tener como intención el poner en perspectiva los desmedidos despliegues de autoridad de una determinada institución, que ello no tiene mucho caso cuando se conocen, e incluso se deducen sin problemas, las arteras estrategias de que son capaces los estamentos que constituyen las cúspides de las pirámides sociales, a lo mejor en este caso tal presencia se concibe, por lo menos, moralmente ineludible. Sobre lo que sí resulta interesante hacer énfasis, es en el cuerpo testimonial de quienes por años, casi una década de seguimiento según el informe, estuvieron involucrados en las investigaciones de rigor que son el trabajo ordinario, es decir, cotidiano, de quienes por su carácter académico y metódica preparación, no pueden dejar de ser vinculados, también, con el enfoque científico que define el oficio ortodoxo y culturalmente aceptado, de los investigadores factuales, sobre aquellos hechos que por su vigencia y conjunto de rasgos desconocidos, permanecen en la oscuridad de lo que se ignora.

De modo semejante a lo que parece ocurrir con la belleza, el movimiento también resulta susceptible de ser apreciado en el ojo de quien contempla. Tal vez otro poco pueda decirse sobre los datos provenientes de una especulación con tintes fantásticos, como la que se encuentra contenida en el documental sobre el “Bloop”. Habiéndome lavado las manos hasta donde me fue posible, me vuelco ahora hacia lo pertinente, o al menos hacia lo que me resulta más oportuno de mencionar, uno de esos puntos que de manera efectiva, concurren prestos a sacudir la más entusiasta actitud hacia lo que deriva en prioritario. Ni más ni menos que el árido talante de una denuncia, no un rumor como puede glosar la imaginería de las superficies, una sobria denuncia contante y sonante. Y esta denuncia comienza con el "Bloop".

"Bloop" es el nombre con el que se designa al aspecto acústico de una eufonía submarina, filtrada en un receptor de ultra baja frecuencia y revelada en algunas grabaciones del fondo oceánico, las cuales fueron realizadas por diferentes estaciones de investigación y reconocimiento, en distantes períodos sin evidente relación entre sí. En el documental de 120 minutos de enfática síntesis y narrativa manifiesta, se sondea una hipótesis ligeramente emparentada con una pintoresca corriente de pensamiento, de tópicos privilegiadamente evolucionistas, en la cual se relaciona el origen humano con la identidad de un ser viviente, el cual hasta ahora ha sido visto a través de un cristal pulimentado en la leyenda y la mitología, las Sirenas.

Entramos pues, en una dimensión del tiempo en la que los horizontes de la especulación se suspenden en un encantador sumidero de fabulaciones ingeniosas. Así es como existe el tiempo examinado con un parvo de osada disciplina, funciona a la defensiva cuando dudamos; poéticamente hablando la envergadura del espacio nos ahuyenta desvergonzadamente de sus dominios con una melancolía incomprensible y desierta. Einstein indicaba que en todo cálculo sobre el espacio y el tiempo, que vienen a estar compuestos más o menos de la misma sustancia, hay una enorme franja de discernimiento intransferible, y que en una gran variedad de procederes raudos y desasosegados, dicha sustancia percibida mediante categóricas interpretaciones, se tropieza intrincada y es susceptible de evidenciar sus interconexiones, si se sabe dónde buscar.

Tiempo que corre hacia el pasado, hacia una especie de contrario devenir que termina en un ámbito de recuerdos, de precedencias sociales que forman el origen ético de nuestro remoto comienzo. Irónicamente se les ha condescendido una identidad exclusivamente lírica, lo que ha terminado por atenuar dichos recuerdos, en convenciones instaladas en la fundamentación de lo que se considera ilusorio, poco más que prótesis culturales fabricadas por el camino, como una bruma que excede los tendones estremecidos del desapego. ¿Y si en su totalidad esos antiguos registros que suelen ser considerados artificiosos, tuvieran algún sustrato material contrastable con la realidad más inmediata y genérica? ¿O es que tratamos con una realidad manipulada en el cepo de la conspiración?, valga la redundancia.

De cualquier forma la denuncia parece ir por otro lado, no pretende estancar una desacreditada teoría, en las tibias consideraciones intrigantes que se pueden hacer sobre las vagas cartografías de nuestra historia como especie, más bien se concentra en un presente angustiante y en un tipo de fenómeno todavía más angustiante, al menos para quienes se encuentran estrechamente familiarizados con ese contexto colindante a los fenómenos relativos a la vida. El tema tan aventurado como sugestivo disfraza un ventajoso subterfugio para hacer énfasis, cuidándose de aguijonear importunas sospechas, sobre el posible daño que puede estar ejecutando alguna de las dependencias de la Marina estadounidense, al menos de forma directa, en las poblaciones de mamíferos oceánicos, al efectuar procedimientos secretos en turbios experimentos con detonaciones sónicas de carácter letal.

Que en el documental se ponga en cuestión que entre las poblaciones afectadas, generalmente cetáceos, se descubran también extraños registros y algunos despojos arrojados a las playas entre los colosales cadáveres, de una especie desconocida que por obra y gracia de la tecnología aplicada a los restos, recuperados en singulares circunstancias, se terminan incorporando a la fisonomía casi inverosímil de una Sirena, en una arbitrada restauración por parte de reconocidos peritos en dichas técnicas, es más que nada una apreciable cuota del desolado espejismo en que se abisman las actuales circunstancias.

Carl Sagan proclamaba que “no somos ni más fuertes ni más activos que muchos otros de los animales que comparten con nosotros el planeta. Lo único que somos es más ingeniosos”. Quizá las personas dedicadas a la ciencia se interesen en diferentes aspectos de la naturaleza, pero todas usan más o menos la misma perspectiva intelectual para conducir sus investigaciones. Otro destino y otra materia de análisis lo constituyen las perspectivas proveedoras de un determinado porvenir, dejando más o menos en claro que en la actualidad el estatus de ciencia corre por cuenta de las grandes corporaciones. Y sin embargo se trata de un legado cuya principal cualidad es el ser compartido por la mayoría, nuestro atávico legado de insubordinaciones y aventureras curiosidades, que nos lleva a parajes distantes, ese nivel de procedimiento que nos hace avanzar en una dirección, a veces sin fatigar las consecuencias, imponiendo las características peculiares dominantes de una raza antigua, incluso para los aligerados repertorios de datos en los que nos hallamos inmersos.

Al esparcir nuestro fundamentalismo existencial entre los recodos de una historia de cruenta supervivencia, tributada sin mayores distinciones sobre los sistemáticos exterminios de otras especies menos célebres en la atávica carrera por el predominio, se transmuta el componente evolutivo que ha permitido construir, a lo largo y ancho de una genealogía desconocida, una determinada interpretación del mundo, que ha permitido que exista el universo significativo que podemos intuir a través de los caudales simbólicos con que nos acoplamos, provocando que se privilegien unos intereses ridículos, en contraposición a la categoría de lo que se sacrifica para que tales intereses puedan subsistir. Una forma repudiable de ser, desde varios puntos de vista, en el hipotético contexto de las expresiones biológicas de la hipotética “naturaleza humana”, purulenta y exquisita, repugnante y fecunda.

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