martes, 14 de abril de 2015

Vive la revolución


El señalamiento, modvs contemporanivs de sujeción manipulativa.





Algunas personas, un número robusto quizá, abrumadas con el pueril influjo de los devaneos incesantes, verían con "buenos ojos" que el mundo se simplificara un poco. Demasiados lenguajes parecen estar aglutinados en un diálogo de sordos, una orgía de voces y voluntades cautivas en una inmediatez atemporal. A veces se nos olvida que la premisa de ir más lejos de lo que nunca un ser humano ha ido implica el reconocimiento de lo desconocido a través de mecanismos susceptibles de encontrarse por fuera del estado del arte. Sin embargo hay que aceptar que se trata de un fenómeno intimidante para cualquier orgulloso representante del status quo, asimilar un montón de información que, a lo mejor [lo más seguro], desmiente o desvirtúa lo que alguien en esa posición, tal vez, se encuentra dispuesto a creer que conoce.

El conocimiento siempre ha sido nuestro talón de Aquiles, pues somos poseedores, como especie, o eso nos han dicho, de una curiosidad o de un aliento de curiosidad que persuade con su desvergonzada autopromoción, como si se tratara de una cualidad infinita que nos enlaza y nos desmigaja en los perennes acantilados de una soledad cósmica, cada vez más grande, ante la fosforescencia de los descubrimientos. Insospechadamente ignoramos que somos lo que desconocemos y no al contrario; nuestra identidad de exploradores ha quedado cautiva por las herramientas empleadas para satisfacerla. Ese auto-estímulo lo adoptamos quizá por el abuso indiscriminado al que nos acostumbramos someter a “nuestro mundo”, cautivo de nuestra presencia, por el momento, ya que al parecer hay buenas razones para inferir que el idilio no durará mucho, a lo sumo unas cuantas generaciones, antes de entender que la cosa funciona más bien al contrario, y todavía un poco más, sin que nuestras ideas sobre lo que es el mundo parezcan tener suficiente relevancia como para resistir el repliegue de una simplificación al estilo, digamos, de las matemáticas.

El conocimiento nos ha conducido a la interpretación de lo abstracto, inmensual empeño del inconsciente, el culto al conocimiento nos ha conducido a la magnificencia de lo abstracto, pero es la apariencia del conocimiento lo que desdibuja la configuración del pensamiento abstracto, lo que permite apreciar aquello que podría llamarse: El empoderamiento de la banalidad, es decir, de una minuciosa insignificancia. No quiero exponer que debamos apelar a los linderos de la trascendentalidad, puesto que actualmente ello se interpreta como una deformación del intelecto, como una indelicadeza propia de las rutinas de la ignorancia, como una inflación arrolladora de conceptos amañados y nociones autocomplacientes.

Pero sí podemos apelar a otros linderos, digamos linderos de sangre, y no me refiero a la masacre de décadas que tiñe el accionar de nuestras voluntades, sino al inescrupuloso continente interno de significado y lenguaje que nos define y determina, que marca nuestros rumbos la mayoría de las veces, que dicta las iniciativas más impredecibles, y es allí, en esos tópicos tan espinudos donde quiero internarme con el propósito de especular una impronta de opinión, un germen de ideas universales, que mi buen amigo Efraín Ávila Díaz me confió hace unas lunas y en cuyo acopio imagino que habrá invertido al menos un par de décadas, como casi todo lo que llevamos a la dimensión de la palabra, después de haber atravesado las interminables selvas contemporáneas de información, sin otro equipo de supervivencia que una filosa autodidactia, y que quizá se ponga un poco azul en presencia de los impositores de razonamientos aficionados y los especuladores de la escueta mediocridad. Empecemos pues.


* * *

Convivimos en una contemporaneidad algo alocada que precisa cierto nivel de afinación en el uso de los términos, además de un mínimo de voluntad para restaurar los significados que la mediocridad ha ido secuestrando (mancillemos el frío amparo de la espontaneidad, ¿qué más se puede hacer?), con golosa fruición, para reforzar los criterios aficionados a través de los cuales se impone (¿o se precipita?), el tristemente célebre concepto de un amaestramiento obtuso, irritable forrajería; una alucinada era pues, esta, de maravillas desechables y erudición aparente por doquiera que se vaya. Precisamente es así porque la tendencia ha sido la contraria, la instauración de un nuevo orden, desde el repunte kπtalista de la revolución industrial, que sirvió de escudo a un desarrollo humano, responsable de todo tipo de discordancias y malentendidos (mientras se da el tipo de impulso que esta pauta de progreso demanda en sus etapas iniciales tanto como ahora), de esos que por el camino de lo absurdo, van resolviéndose a la mansalva. Hay que hacer precisión, pues, no sea que se desnuque la poca cordura que queda.

Cuantas veces hayamos estado en algún al borde del abismo, mediáticamente hablando, se cultivan o coleccionan grandes contradicciones consecuentes con el fenómeno, es decir, nos preexiste una contienda entre el intervenir por la especie y el aguzar los sentidos con la impasibilidad contemplativa de un cazador experimentado. Una amplia cobertura compite con un terrible desvío de índice psicogenético, algunos lo denominan plasticidad de los términos, cuando menos una imperdonable exageración, o transferencia o tendencia a la exageración; la de hacer con el lenguaje juegos dóciles de ambivalencia significativa, lo que resulta no pocas veces una tentadora ventaja, pero como dicen, todo vicio es una forma de abuso. Tal vez haya que adentrarse en un terreno movedizo, constituido por el incesante caos de las etiquetas socioculturales, históricamente definidas en el llamado mundo de los imaginarios, que muy frecuentemente se encuentran desbordados y demás, de giros y aproximaciones prejuiciadas, que se articulan y dinamizan en una polémica retroalimentada de sí misma. Otro excedente imaginario en todo caso.

“Las cualidades buenas y malas son en el fondo las mismas, se basan en los mismos instintos de autoconservación, egoísmo, deseo de propagación, etc.” Nietzsche (el primero)


Es posible que desatinemos al elegir, casi rabiosamente, como materia prima para la exploración de nuestra precaria humanidad, el enfoque social, político o económico; es la ciencia, el arte, la reflexión, lo que escudará el derecho a existir, dado por sentado en la actualidad, pero manifiestamente ausente de las prioridades y urgencias que ofrecen los sistemas que pretenden administrar e impulsar al anhelo de reconocimiento, el cual suele usarse para caracterizarnos como si lo que realmente importa y que debería no importar, efectivamente ya no importara y hubiéramos superado la insipidez del, digamos, fachadismo. La ironía de la humanidad es el humano mismo. El ser humano se extiende más allá de una responsabilidad existencial; alcanza a la supervivencia de un hábito que podría mal llamarse de cultivo de la conciencia, lo cual trasciende o debería trascender el auto reconocimiento, al menos en ello se asemeja buena parte de la inquieta o revoltosa presencia que de alguna manera representamos. Al parecer y a juicio de valor, nos gusta participar de materias que se nos antojan trascendentes, y de vez en cuando damos realmente con alguna que se ajusta bastante bien a dicha ambición, lo que depende muchas veces de los grados de convencimiento más que de nuestras formidables capacidades de detección.

Sobre el arte cada quien tiene su opinión y, a juzgar por algunos argumentos esbozados a lo largo de la historia, sería contraproducente para el mismo arte que se impusiera alguna, pues el arte, sea lo que sea, no parece poder predecirse y es además un experimento sugestivo y sugerente de evolución frenética, por lo que no se evidencian reglas precisas y se involucran, además de los pensamientos, los sentimientos y, quién sabe si de verdad hasta los apetitos que ignoramos. ¿Puede el deseo cambiar lo que somos? ¿Incluso si es para empeorar? ¿No resulta un contrasentido de arbitrio más bien adolescente? A lo mejor es que somos adolescentes, nuestro uso de la tecnología parece probarlo e incluso decir que, en el fondo, somos unas criaturas más bien malcriadas. Puede tratarse de una falla de origen, pues, de manera singular, también solemos omitir o encubrir los hallazgos que manan deslegitimados intereses anónimos, y como especie solemos destruir con facilidad lo que no nos resulta representativo o que parece ajeno por alguna razón, y como en la coyuntura que nos encierra la otredad representa más bien una amenaza... Habría que preguntarse qué tipo de origen, desde luego, pero por la vía del arte.

¡Como si pudiera existir algo en el mundo de naturaleza ajena!, y ello resultara nocivo por alguna razón huidiza de definir y siempre al acecho (la abstracción del mal, desmemoriado e insidioso, lo que se supone dificulta sus atributos mercenarios). Entramos en los dominios de la reciprocidad de la sospecha, con probada versatilidad de apariencia arteriosclerótica. Las enflaquecidas afecciones de la voluntad con epicentro en las universidades como los esqueletos de reumatismo, finalmente se toman el mundo. Bajo todo este excremento subyace algo bueno, bajo nuestro entendimiento del contradictorio fenómeno del equilibrio, quizá mejor asimilado entre los meditadores, según susurra un antiguo dicho persa, de una época cuando las mujeres detentaban el empleo ingenioso de la palabra y los relatos se engalanaban con perfumes texturas y miradas fijas tras velos sensuales, que lo dejaban todo a la imaginación, raigambres que ahora se encuentran comprometidas en los designios del comercio de influencias y que poco tienen que ver con el umbral desde el que furtivamos nuestra historia.

“Todo está relacionado con todo lo demás y todas las cosas van a parar a algún sitio” Epicuro


Demasiados puestos de responsabilidad social, política, económica, y no pocas distinciones administrativas, tal vez consecuencia de la necesidad de incrementar la eficiencia, están en manos de una pseudominoría mediocre [la empeñada en la imposición de criterios aficionados], mientras que el elemento explosivo (en sentido de potencia, de capacidad) menos susceptible de ser retenido por la parálisis de la tradición, es decir, la juventud, hábil, capaz, impetuosa, actualizada, queda más bien relegada a un último término, simplificada en una forma nueva de manipulación mediática, una desesperada urgencia de contenidos, una auto-motivada colección de interferencia warholiana si se quiere, y más que colección, una acumulación. Generaciones de expropiados y maldicientes, se entiende bien por qué si se apela a los recursos de la investigación, y una tras otra ignominia, previamente registradas ante notario, establecen nuestros derroteros de infortunio, bofetadas de una realidad inicua que se expresa en forma de autócrata voluntad.

Gran parte de la erosión de los significados en nuestro tiempo parece constituir una respuesta al hecho de que nos dedicamos a teorizar sobre la experiencia compartida, y lo hacemos en mayor medida como es dado considerarlo en los inicios de una era abrumadoramente tecnológica, donde la principal característica de identidad es la inmediatez, es decir, virtualmente entretejida en la nervuda ubicuidad de las tendencias. Nos agrada que los descubrimientos planteen enigmas, por las razones que sean; parece ser un deleite biológico desarrollado en el cerebro de algunas especies, así que al parecer sabemos qué esperar en ese sentido, al menos en lo que nos concierna o pensemos que nos concierne. Asimismo nos encanta socializar, al menos a una parte del espacio y el tiempo compartido da cuenta de ello, aunque también conspirar o creer que se conspira, lo mismo da, no es más que raso entretenimiento. Es como si a ratos los dinosaurios, o los inquisidores, dejaran de existir, sólo para conjurar un retorno espectacular que garantice el parasítico peristaltismo de los flujos de mercado.

Al fin y al cabo hay que darle un sentido al mundo, aunque dicho sentido sólo ofrezca un rumbo inverso al práctico planteamiento dinámico de un reconocimiento, basado este en nociones comprobables más que en conceptos afianzados. Matizar el dialecto al servicio de las evidencias, no es lo mismo [aunque este ejemplo sea tal vez demasiado evidente] que configurar las evidencias al servicio del dialecto. Lenguaje y conocimiento se redefinen mutuamente, pero el núcleo de los recursos que lo permite, sin embargo, parece ser un enigma que palpita bajo el enmarañado manto de la palabra arte. Para aproximar este posible disparate puede ser necesario avecinarse un poco a la opinión, más o menos divulgada, de que las nociones de identidad pueden estar vinculadas, exhaustivamente, a la simbiosis del poder, y viceversa. En términos generales sería difícil aproximarse mucho más. ¿En qué concepto tenemos al ser humano?, por ejemplo, ¿quizás está sobrevalorado?, ¿quizás es lo contrario? Es posible que el sentirse protagonista de algo sea tan inevitable como el querer sentirse protagonista de algo. Generar sentido de pertenencia por aquello que ocupa un sitio importante en algún lugar determinado.

Eludir lo ordinario no es sinónimo de eludir lo típico o lo cotidiano, de igual forma que el fenómeno de la revolución no es sinónimo de rebelión, a menos que se haya impuesto la censura sobre la necesidad y el derecho de expresarse y sobre las condiciones manifiestas de su construcción, es decir, contenidos, destinatarios y fuentes. Pero, en principio, ¿por qué se impone un criterio de censura? Desde luego no otra cosa que por el deseo de sujetar el poder y mantener las riendas de la ilusión de autoridad que provee el autoritarismo, administrado bajo criterios de excelente apariencia, que regulan en código burocrático la imposición de un bien común, apenas definible, aludido mediante el uso desbocado de clichés y otras bagatelas dialécticas de retórica trillada y desvergonzadamente auto promocional. Así, de la meticulosidad atemporal con que se alimenta una contemporaneidad incoherente podemos colegir, sin mucha dificultad y sin forzar excedentes, un par de imágenes:

Sólo cuando el ser humano sea capaz de crear vida se podrá considerar la posibilidad de que el mundo, tal como lo conocemos en sus dimensiones de sentido (búsqueda o pérdida del mismo), una aglomeración casi amorfa de absurdidad, se encuentre en posición para ser definido en sus justas proporciones [descartar en pseudosímil si no lleva a nada]. Al contemplar lo que se requiere para crear vida [y dado un supuesto de índole análoga podemos arriesgar], ¿accederemos inadvertidamente al crítico panorama de la destrucción, contemplaremos nuestra posición como gestores de muerte?, tal como ocurre aunque en sentido inverso. Algunos afirman que entre más vastos sean los territorios dominados por el fluir de una realidad cuya materia prima base es la fluctuación superflua, con su adjunta y muy bien merecida necesidad de justicia -impulsada quizás a partir del incremento de las dinámicas de impresión y exposición- más fuerte será la percepción de una carencia de escrupulosidad social, en general estipulada por defecto, que desata una especie de magnetismo semiautomático de la sociabilidad, que impele a ejecutar, promover y atropellarse con la mayor cantidad de acciones execrables.

Por otro lado puede haber ya muy pocas personas que estén dispuestas a suponer que, para vislumbrar muchos de los aspectos de lo imaginado, se precisa una buena arqueología del lenguaje. Algunas porciones del conocimiento también se encuentran en vías de extinción, no siguen el curso natural que deriva la socialización, sino que quedan arrinconadas por la estampida de los medios informativos ante la menor insignificancia noticiable que, gracias a la inmediatez, puede dar la vuelta al mundo en ochenta comentarios. Existe una obscuridad gramática para asociar a los llamados sentimientos, el Psicoanálisis parece dar cuenta de ella, pero también la Filosofía; sin embargo basta contemplar la etimología subyacente en las comisuras de los paradigmas vinculados para confundirse. En el pasado, al igual que no se hacía diferenciación entre lo que en la actualidad conocemos como poesía y narrativa, tampoco se desprendía lo que se pensaba de lo que se sentía. Si se siente el mal, retaba la premisa, haciendo referencia a las fórmulas del dolor, la axiomática molestia, el menoscabo del sufrimiento o la enfermedad, el pensamiento empieza a derivar en un devenir de continuidades distorsionadas, o lo que es igual, una falsa continuidad.

Se percibe la función consecuente del pensamiento como un consecutivo del estado de ánimo. Si se siente el bien, entonces hay menos obstáculos que entorpezcan el progreso de un pensamiento. Hay al menos una discrepancia pero el sentido es simple, al fin y al cabo, existe la empatía o capacidad de imaginarse en el “lugar” de la otredad, que puede ser otra persona. ¿Qué evita que se quiera sacar ventaja de esa habilidad, o qué hace que el sacar ventaja de una habilidad no sea nocivo para alguien más? ¿Se trata de una ética demasiado lejana? ¿Es impensable? ¿Acaso es realmente insuperable la opción de implementar estrategias de supervivencia que generan sus propios peligros y conllevan sus propias amenazas, sin que se haga mucho por des-encausar su desenvolvimiento? Magnetismo genético de factura inmediata. Una persona, una promesa, diría Gandhi. Pero lo cierto es que las nociones de identidad sí pueden verse demasiado vinculadas [diríase comprometidas] con la simbiosis del poder. ¿Debemos sentirnos condicionados por una percepción, tal vez exagerada, del papel que podríamos estar representando?, ¿es posible que no seamos más que una representación condicionada? Fascinantes preguntas cuyas respuestas esquivamos o nos sentimos capaces de desdeñar cuando lo conjeturamos necesario, sin tener que escarbar demasiado en la imaginación.

Interrogaciones es lo que sobra, también interrogatorios. Tal vez urge renovar la burocracia de la cultura. La sola expresión de tamaño atrevimiento precisa de estructuras comunicativas mucho más complejas de lo que quisiéramos admitir. ¿Si la identidad se extravía, el sentido de justicia queda a la deriva? ¿Es eso lo que nos pasa? ¿Hemos sido víctimas, oleada tras oleada, de lo que no podemos definir entre punzantes aullidos de desconcierto, más que como impactos catastróficos de origen desconocido, de mecanismos existenciales quizá peligrosamente ajenos a la realidad, quizá inapelables? Vaya uno a saber. ¿Cuáles son, por ejemplo, los elementos de una nacionalidad legítima? ¿Cada aspecto constituyente de una pluralidad en potencia? Seguramente no. Muchas veces son fronteras de esquema excluyente las que terminan empleándose para marginar un determinado reducto de pseudoidentidad, promocionada muchas veces bajo la disimulada figura de un cívico chantaje o un compensatorio y muy bien visto soborno burocrático.

Destinarse a indagar los complejos problemas sociales que constituyen el laberinto de un determinado subdesarrollo, cualquier país por moderno o posmoderno que fuera los tiene y sus gobiernos quizás los administren juiciosamente, sería uno de los primeros compromisos a patrocinar o considerar. El entendimiento por encima del oficio, el trabajo por encima de la profesión. En vez de conciencia jurídica, conciencia comportamental. Desgobierno en un sentido de autogobierno, al fin y al cabo, nos debemos al tiempo en que vivimos, por ello hay que conocerlo, reconocerlo... Pero, ¿ha quedado algo sin traicionar, de lo cual se pueda hacer un símbolo?, ¿o hemos importado tanto refinamiento y simpatía que ya no queda nada auténtico, ni el aislante del que podríamos disponer para conservar un poco de dignidad? Muchas veces el futuro que se puede cambiar es el distante no el inmediato. Y una de las primeras temáticas que habría que inspeccionar, tal vez sea el refinamiento de nuestras ideas u opiniones sobre lo que se distingue como democracia, la complexión de la identidad representativa que debería estar proyectada desde de la Universidad, bastión idóneo para renovar su contenido social fundacional, al fin y al cabo de allí nace el arquetipo, es decir que deberían estar intrínsecamente vinculadas todavía.

“Ciudad, ese lugar, nefasto quizás, donde día a día sube el nivel de las paredes para esconder el cielo a las multitudes enfermas”
Germán Arciniegas


Un cambio de paradigma implica un esfuerzo social inverso, lo que de por sí lo hace arduo de manejar o querer incluso aceptar; un esfuerzo inmensual, coordinado y multitudinario como ese implica disciplina. Y la alternativa típicamente elegida suele ser la represión, origen de todos los levantamientos, incluso de los revolucionarios, que suelen de cuando en cuando pretender un tipo de gobierno que pueda expresarse a través de proporciones e ideas democráticas profundas y no sólo ingeniosas, guiadas por un sentido realista de la interpretación de la justicia, es decir un gobierno capaz, y ello sólo se consigue si se aplican los dispositivos empleados en el fenómeno del conocimiento, para verificar con legitimidad procedimental los núcleos y vertientes de cada problemática, pero la academia desde donde se realice tiene que emanciparse, una vez más, debe hallarse dispuesta una vez más, a destruir los conceptos calcados, anquilosados y erráticos que se han camuflado de manera radical, muchas veces, como elementos importantes.

Ya dadas las condiciones para converger, al menos en teoría, de manera virtual, la nueva historia debe ser un [o lograrse o formarse con o proyectarse como] democrático registro de hechos y laboratorio itinerante de carácter cultural. Pero si ni siquiera sabemos lo que somos hacemos nada pensando en términos de desarrollo, pues se termina descollando siempre objetivos ajenos. No es secreto que aún estamos muy lejos de lo autóctono pero estaremos todavía más lejos, tal vez irremisiblemente lejos, si seguimos abrazándonos a lo que estamos acostumbrados, a lo que nos han acostumbrado los traidores, voluntarios o no, [de o a] nuestra desconocida grandeza continental, pues la historia está anclada y enterrada, posiblemente abatida junto a las fosas comunes, en el territorio más desconocido de América, como ya lo han expresado reconocidos expertos: la América misma, acaparada con el deleite sanguinario de los mal llamados americanos. ¿Habrá que adoptar una identidad rampante con la que no queremos sentirnos identificados o más bien tendremos que adoctrinarla?

No siempre hay que partir de las angustias cotidianas y abolir las preocupaciones, pero quizá esta vez sí, pues al parecer son obstáculos sólo necesarios para administrar a conveniencia la ignorancia [Desde luego las angustias cotidianas de base, no las de los privilegiados]. También se deben abolir los prejuicios y el interés y volcar el individualismo en una dimensión colectiva de la cooperación en la que el individuo sea un protagonista rizomático... El laboratorio del dinero empieza a apestar, ¿por qué se lo sostiene?, ¿tanto nos gusta regodearnos en la crapulencia de las variopintas expresiones góticas del poder elevado a la potencia de se hace lo que se me pegue la gran puta regalada gana?, es posible, pero también que se precisa un nuevo laboratorio, basado en el mercado de conocimiento, justo en esta era digitalizada y electrificada, ahí mal que bien. Es más que oportuno para los agentes mediadores del conocimiento, que anden por ahí, enseñando a hacer cosas útiles, que permitan el desarrollo de los habitáculos para los diversos estilos de vida que pululan en disputa en este horroroso reality, llamado a veces pre-posmodernidad.

Hay otra dificultad, la mística nacional o patriótica suele utilizarse como un brebaje eficiente para la aplicación de determinados entendimientos exentos de reflexión, si bien franqueados como si de principios científicos se tratara, así que también es una tarea peligrosa. La ecuación es simple: cuando la ficción, que surge como una respuesta a la injusticia, se inmiscuye en la realidad como elemento de cohesión [atravesando quizá un sendero coercitivo, pero no vamos a conspirar], se crean espejismos de inmortalidad, y ello podría fermentar consecuencias insospechadas para una especie, ya pre-posmoderna, cuya mentalidad se encuentra general u ordinariamente habituada a las representaciones inciertas, y por allí, a una tendencia social comunicativa habituada a terciar pintorescas relaciones [no me refiero a Alá] con alguna extraña deidad. Pero la resistencia de los intelectuales debe andar avanzando por allá por los albores del nuevo orden mundial, si es que se lo creen, y ya se aprestan los artistas a dejar una huella, ¿de sentido?, que si resulta imborrable no sea un eufemismo por la sangre derramada en un suelo infundado de falsa gloria.

¿Creamos un mundo disfuncional porque no sabemos cómo dar término al conjuro echado a andar o no sabemos cómo detener algo que quizá ya nos arrastra con su influjo maligno?, ¿o somos seres disfuncionales y como resultado el mundo no podrá ser otra cosa más que el desdibujado, o deformado, o desfigurado reflejo sin lustre de lo que somos, y nuestra única solución es esperar a que se dilate por sí misma, a que ceda y se desvanezca, a que deje de tener relevancia existencial? ¿Cuál es el sentido de justicia que se impone o el parangón moral que nos impulsa a adoptar una visión de la justicia en la que todos pierden o tienen algo que perder, y a través de la cual se afianza un estado de malestar en el que cualquier gesto puede ser interpretado como un acto heroico, si sirve para justificar algún motivo de celebración? Ya se ha especulado que la justicia se afinca en un deseo de satisfacción tanto como en una idea de saneamiento, y ambos propósitos se vinculan y articulan en un burocrático aparataje institucionalizado de lo que podríamos llamar la dimensión profesional de la revancha, que por lo general se encuentra rigurosamente financiado.

Finalmente, sea cual sea el derrotero, conviene tener en cuenta que los malos diseños, o los diseños mediocres, o bien importados bajo la infundada convicción de se podrán adaptar a nuestras insuficiencias organizacionales, siempre exigirán reparación, y cuando se repara un mal diseño se olvida o se tiende a olvidar que se puede diseñar bien; corregir malos diseños abruma o dilata el conocimiento de diseñar bien, arruina incluso la posible meticulosidad atemporal del absurdo contemporáneo que nos define.
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1 comentario:

  1. El artículo de nuestro redactor de reportes arroja más sombras al caso, con el denuedo intransigente de quien busca emprender la travesía de un horizonte lejano. Un tópico migra sus vocablos hacia otros tópicos, donde la curiosidad por la curiosidad atestigua al menos un estado revelado, o por revelarse, en la convulsionada abrumancia de las interconexiones contemporáneas. Multiplíquense pues las exuberantes y polifónicas desmesuras que a veces permite el intercambio apresurado de fragmentos de lenguaje, uno de los ecosistemas del intelecto, condición sedimentaria en nuestra configuración de identidad como especie. Apuntes para reflexionar, en todo caso, quizá mejor de lo que el autor mismo propone, lo que ofrece ocasión para citar que las opiniones esbozadas en los mismos se consideran de su exclusiva responsabilidad, si bien se apoya su criterio de documento.

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