Por Alberto Castellanos
Monitor de Medios
Fundación TRUEKLAND
El presente mensaje exhibirá algunas dificultades dialécticas propias
de mi tendencia a rostizar los sentidos con extensos devaneos lingüísticos, los
cuales atañen específicamente a una resuelta inclinación por los argumentos
amparados en las prácticas de la decantación especulativa. Si bien una de las
excusas legítimas de la ciencia es que puede aplicarse a la tarea de establecer
una relación categórica con ese esquivo elemento transcultural que es la verdad,
por lo cual se encuentra en permanente estado de autocorrección, yo me
adentraré en la pretensión de una racionalidad imaginativa, equilibrada
trabajosamente sobre algunos valores de verosimilitud, en teoría plausibles
aunque también anclados en el apretado itinerario de una interpretación, más o
menos generalizada, de lo que es o debe ser la realidad. Una cosa dificilísima
de definir. En todo caso creo que en medio de la subjetivada hojarasca hallarán
abundantes bellotas y algún que otro despojo interesante.
Existe un legado de supervivencia compartido por la mayoría de las
personas que habitamos en el planeta Tierra, es una especie de nivel de
procedimiento que nos hace avanzar como colectividad en una dirección más o
menos acordada, imponiendo las características cualitativas dominantes
desprendidas de su práctica. Se trata según algunas opiniones aceptablemente
fundadas, de un componente evolutivo que ha permitido construir una determinada
interpretación del mundo, que además ha permitido que exista el universo
significativo que podemos intuir a través de los medios. Puede resultar cierto
que el sentido de la supervivencia se encuentre relacionado muy estrechamente,
con la labor de satisfacer una de las necesidades legítimas de la sociedad, en
especial al menos inicialmente, la humana: Informar. Se podría especificar, en
la práctica extendida de las actividades encausadas a satisfacer nuestra
necesidad de comunicación, la facilidad didáctica que posee el poder remitirse
en algún momento a un determinado punto de partida.
He aquí el que me he figurado, no todos encontrarán sus opiniones de
acuerdo con las mías, eso espero. Nos
levantamos en una generación de la impunidad, pero el estilo de vida en el que
se asienta esa impunidad sobrepasa todas las generaciones; las atraviesa,
trasciende a tal punto las fibras humanas que llega a ponerse en juego y en
duda la misma supervivencia. Se dice que dos de los temas que con toda
seguridad acompañarán el siglo XXI, de llegar a darse sobre la tierra el tiempo
suficiente para estandarizar esa medida, serán el estado de los recursos y las
condiciones de la vida, en sus múltiples formas. A la fecha se ha tenido
espacio apenas suficiente para socializar más o menos bien el debate en torno a
la manera en que las formas de producción usurpan la riqueza, sin que haya
ninguna estructura reguladora o algún mecanismo de conciencia, que pueda mediar
a favor de los intereses de lo que es usurpado. Pero ello no ha resultado
suficiente para corregir la que quizás es la única forma repudiable de ser, en
el contexto de las expresiones biológicas de la naturaleza humana, esto es el
trastorno de una visión sicopática de la realidad que envuelve nuestros
destinos compartidos.
La terminología para designar aspectos medioambientales pasa en la
actualidad por muchos filtros sociales, operativas diplomacias del agitado mundo
internacional, en el cual los escenarios son representaciones organizadas
de diferentes procesos de desarrollo y diversos intereses corporativos, ese “esquema
de desarrollo” por decirlo de algún modo, tiene la particularidad de ser
medible, al menos ilusoriamente. Esa es la razón de que se afirme que es en
cierto sentido controlable y buena parte de él pasa por patrones de
estandarización ampliamente aceptados. Quizá lo que motive este desarrollo en
general, sea el cautivante estilo de vida que produce su desempeño y el hecho
de que se considere a ese proyecto denominado sociedad moderna, como el rasgo
típico de un modo de vida pulido por la experiencia, anclado en la madurez
existencial de una humanidad seleccionada, por decirlo de cierta forma,
mediante la aplicación aparentemente espontánea de circunstancias
innumerablemente combinadas, que producen una realidad única que conocemos y
disfrutamos, al menos en teoría.
A pesar del enfoque tecnocrático de la planificación, en términos de
la visión del desarrollo sostenible y otras alternativas en la dimensión
ambiental, los teóricos latinoamericanos, valdría decir en Hispanoamérica que manejan la indumentaria discursiva europeo centrista, teóricos de este tipo de posturas se ven
abocados a una conceptualización de la Ecología como sujeto político, señalando
la compatibilidad entre los esfuerzos, en materia de gestión de la protección
ambiental y el desarrollo económico, como uno de los elementos centrales; no
obstante esta interrelación liada de por
sí, posee mayores complejidades que una simple preocupación por ubicar el
interés en los procesos de liberación del comercio, con el objetivo de promover
la postura del desarrollo sostenible y salvar el obstáculo de la pobreza;
obstáculo de importancia prioritaria en la concepción de los países en
desarrollo, la cual cabe decir, es una concepción heredada de la vieja idea
sobre la relación “comercio - medio ambiente”, que se "instauró" en
los países desarrollados durante la mayor parte de la década de los noventa del
siglo pasado. Hoy en día esta idea no se acepta, incluso se afirma que puede
llegar a ser contraproducente en virtud del cúmulo de experiencias en las
cuales las fuerzas del mercado totalmente liberadas, han podido degradar el
ambiente a gran velocidad.
En síntesis resulta relevante constatar la existencia de visiones que,
en la práctica, consideran el desarrollo sostenible como un crecimiento
económico con equidad social, identidad cultural, cohesión política, protección
estatal contra la especulación de los Derechos, etc., sin tomar en cuenta seriamente
cuáles son los impactos reales para el medio ambiente, en el sentido de la
proyección pero también en el sentido inverso, el que habla de lo que no se
toma en cuenta desde el principio, de lo que se considera gratuito por
naturaleza. Ahora bien, al margen de la posibilidad bien fundada, de que el
manejo ambiental se desarrolle como mecanismo de cohesión social, disimulado
bajo cortinas proteccionistas, de conciencia, o de interacción con las
circunstancias que alternan las dimensiones de la vida misma, en una manera más
responsable (una posibilidad quizás menospreciada), los aspectos medioambientales
se han cobrado una importancia significativa, aunque difícil de discernir, en
los terrenos del desarrollo y su desempeño, lo que lleva a abarcar cada vez mas
espacios sociales.
Podría decirse que los "lugares" de desarrollo en su amplia
gama de cobertura, cubren un amplio rango de escenarios y atraviesan
indistintamente todo tipo de atmósferas, con la finalidad de acrecentar el
espectro de posibilidades efectivas para el desempeño eficaz y eficiente y
cosas de ese estilo; no obstante hay que ser cuidadosos con este pensamiento,
pues todo lo que se pretenda poner en funcionamiento dentro del universo de
procesos, procedimientos y prácticas de administración de recursos y su
transformación con fines comerciales, afecta de manera significativa a la
existencia del género humano en sus múltiples fórmulas de habitar, a las
organizaciones en las que nos integramos y forjamos nuestros modos de hacer y,
en esencia, a la vida misma. Hoy en día una de las ideas de mayor amplitud
social es que cualquier cosa puede ser global, haciendo referencia a la escala
o clase de impacto que una acción particular puede desencadenar en un mundo tan
interconectado. Hasta aquí he pretendido destacar el contorno de ciertos
aspectos del planeta Tierra, polarizados a través del filtro de la conexión
comercio-consecuencias para el mundo, es decir, las operaciones de los sistemas
estructurados en formas impulsadoras de flujo económico y las consecuencias, de
alguna manera inciertas, que su operación e intervención produce en los entornos.
Bien, esto puede sonar paradójico pero mediante estos puntos de
partida tan generales, tan gratuitamente deductivos en apariencia, se puede
generar fácilmente una desorientación informativa, con la cual se estaría
menguando la capacidad perceptiva de los individuos (o de la colectividad,
¿quien sabe?), acerca de cómo funciona tal o cual engranaje circunscrito a
alguna escena particular de nuestro "entorno global". Tal es el caso
por ejemplo del tema de la normatividad empleada y puesta en práctica, dentro
de los sectores productivos, para complementar la operativización del trabajo que demandan las obligaciones
administrativas, tanto en el interior de sus sistemas corporativos como en el
ambiente de las relaciones representativas, de las organizaciones entre sí y de
estas con el público. Dicha normatividad ha demandado un enorme esfuerzo cuya
justificación se ratifica cada vez más, si consideramos el enorme esfuerzo que
esas actividades demandan, los riesgos que un sistema de producción implica,
los niveles objetivos de calidad y compromiso y cosas de esa naturaleza. A
estos dos conceptos haré referencia en adelante con cierta frecuencia, y tal
vez con escasa autoridad, bajo la intención de concentrar el análisis en
algunos de los aspectos clave en el asunto de la normatividad, según yo mismo
me lo explico.
En primera instancia he empleado la palabra ambiente para referirme al
terreno de las relaciones corporativas, tanto para la administración como para
la representación, pues es claro que no sólo nos rodea y abarca sino que lo rodeamos y abarcamos en
una contrastada interacción que ha cambiado mucho los últimos cien años, en
relación con los “modestos” antecedentes entre los cuales podría incluirse la
construcción de las pirámides. El segundo objeto de referencia puede encontrarse
algo disimulado, diré simplemente que tiene que ver con la rentabilidad y los
niveles deseables o plausibles que se pueden obtener en los fenómenos de
transacción. Más adelante intentaré mostrar (si hay suerte) con alguna claridad
este aspecto. La palabra ambiente, por el hecho de estar integrada a la
extendida expresión medio ambiente, a través de discursos estructurados fondeados
en la primavera del penúltimo siglo, adobado sobre plataformas proteccionistas,
se ha visto restringida al perímetro de la artesanía conservacionista. Pero la
expresión medio ambiente va aún más allá y se introduce en el campo de las cosas, condiciones, fuerzas e
influencias que nos rodean; por tanto tiene todo que ver con los espacios
laborales de cualquier sector productivo determinado. Este detalle va a
permitir claridad, espero, acerca de la importancia de la normatividad, descollando
los parámetros convencionales con los cuales se suele interpretar el territorio
de la administración.
Ya que es imperativo entender las dinámicas de la administración en
clave ambiental para comprender el papel que juega la normatividad, hay que
decir que para que un sistema de gestión funcione, de manera integrada a las
actividades constantes de un proceso productivo, el mismo debe estar
incorporado, con la menor artificialidad posible, en la orgánica y la mecánica utilitaria
e impulsadora de las actividades correspondientes, correspondientes desde luego
al proceso de producción propiamente dicho. Actualmente se especula que la
plausible correspondencia podría obedecer a la inquietud generalizada sobre el
estado en que se hallan distribuidos los recursos naturales y su proporción con
respecto a la capacidad de renovación, los potenciales inmediatos y futuros, la
dependencia mercantil de multinacionales y monopolios, etc. No obstante, el
hecho probable de que las preocupaciones con respecto a esos asuntos y, quizá,
a otros de corte medioambientalista, hayan servido de origen y de punto de
partida para la gestación de este tipo de enfoques, no es garantía para que se
considere que en la actualidad son su motivación principal o simplemente una motivación
alterna de carácter influyente.
Esta determinación toma como punto de partida cuestiones como el
etiquetaje ecológico, las restricciones y viabilidades de los productos
"verdes", la reputación y la buena fe siempre en juego, la
integración a niveles internacionales, la elevación del desempeño a categorías limpias
y cosas de esa naturaleza, para afirmar los elementos sujetadores de este tipo
de dinámicas gestuales, que subyacen en el fondo del aparato administrativo de
las compañías, y que se traslucen a través de una noción aproximativa que
llamaré de manera muy escueta: ventaja de
marketing. Pero la cosa viene "de atrás". Se puede mencionar por
ejemplo el Congreso de Naturalistas (Washington, 1986), La Cumbre de la Tierra
(Río de Janeiro, 1992), como situaciones que pusieron a prueba las determinaciones
surgidas después de la Segunda Guerra Mundial (agotamiento del ozono, efecto
invernadero, proliferación de químicos peligrosos en los ecosistemas oceánicos,
contaminación crónica de las fuentes de agua potable, paulatina escasez de las
mismas, extinción masiva de especies, arrasamiento de bosques y selvas,
relegamiento biótico de los océanos etc.) y que según ciertos lineamientos,
produjeron el establecimiento en términos generales de la importancia de
la biodiversidad como patrimonio natural de la humanidad.
Lo que ha venido siendo a lo
largo del tiempo, el nicho de innumerables grupos ideológicos y el fétido
estanque de sus múltiples intereses particulares. Se ha hablado mucho desde
entonces acerca de cuestiones relacionadas con la adecuada asimilación
del señalado patrimonio, la forma de traspasar los escenarios implicados a las
generaciones futuras, las maneras de condensar la importancia de los fenómenos
naturales, del intercambio de las definiciones acerca de lo que se debe o no
proteger en prioridad, bla, bla. Todo con una muy perceptible tendencia a
condensar posiciones proselitistas, mediante el más amplio espectro de intencionalidades,
que llamaré de enfoque ecológico. Básicamente estimo que no se ha sacado en
claro lo suficiente como para poder aceptar, de forma medianamente inteligente
tal o cual posición, no obstante las polémicas que han versado acerca de
"lo necesario" respecto a tal variedad de cuestiones, han encontrado
un punto álgido en el terreno de la sustentación de esa esencia, de una u otra manera
imprescindible para la pertinencia de los sentidos, para la cual se cumple la
práctica del reconocimiento de la vida en el universo conocido: la humanidad y
su futuro.
Una de las prioridades para esa sustentación atraviesa por esa
necesidad de restablecer un cierto equilibrio biológico, que tenga como
referencia entre otros, la dependencia mutua entre la humanidad y, digamos, el
mundo natural; o sea un equilibrio ecológico enmarcado en posicionamientos
medioambientales. Para la creación de un modelo como este, sus etapas iniciales
hubieron de depender de un sistema de compensación (estrategia desarrollada
durante mucho tiempo a través de la política de sanciones y de la cual aún se
perciben secuelas); pero también se ha acompañado por el camino, de la idea de
aplicar el conocimiento, de la forma más cercana posible, a la conformación de
una conciencia fácilmente permeable en la realidad habitual de los seres
humanos, en cualquiera de las circunstancias existenciales que acompañan
nuestra vida en el planeta. Al parecer, las situaciones en el campo de la
administración ambiental, las evaluaciones del ciclo de vida, los sistemas de
gestión y protección de los recursos, la puesta en práctica de los protocolos
sobre el manejo de la explotación y demás influencias normativas, que se
implementan actualmente en los sistemas de disposiciones administrativas y
organizacionales de los sectores productivos, están determinadas directamente
por posturas que persiguen la ventaja económica y cuyo motor principal (e
impulso inicial) es la economía de mercado internacional.
Es a través de esa óptica que creo entendemos el hecho de que las
restricciones de calidad ambiental de los productos y de los procesos de
producción salgan a relucir y formen parte de los fenómenos de transacción,
como condiciones en muchos casos determinantes en la consumación de los mismos,
pero también se evidencian algunas razones para que se apuntale un cúmulo de
esfuerzos importante en el proceso de la estandarización (ISO). Lo que está
claro es que la normatividad medioambiental ha sido pensada para integrar a los
procesos lucrativos un sistema de herramientas de administración ajustable a
las necesidades de cualquier conjunto de producción, que permita agilizar los
procesos y que provea la atmósfera adecuada para que se facilite el desempeño,
se fomente el comercio bajo indumentarias de corte mancomunado y se retiren las
problemáticas barreras comerciales. En fin, el asunto pasa por encima de los
objetivos u objetivo de cualquier sistema ajustado a la normatividad forjada en
el supuesto enfoque a la protección del medio ambiente, que es mas bien una
clasificación de los impactos y la degradación efectiva y/o potencial de los
entornos, que supuestamente se pueden tolerar.
Durante mucho tiempo se ha creído casi por entero que lo que produce
la tierra es absolutamente gratuito; si bien un sentido de ignorancia puede
servir de excusa para los humildes comienzos (en términos económicos) de la
industrialización, por no decir industriosidad,
en la actualidad y desde hace tal vez demasiado tiempo, el descuido, la
negligencia y una suerte de perversidad, han caracterizado las estrategias apropiativas del sistema capitalista,
cuya razón de ser, por decirlo de un modo burdo, ha sido en general la
acumulación frenética de lo que se ha dado en llamar “valor de cambio”. Antes
he indicado que nos levantamos en la generación de la impunidad, pero debo
ampliar dicha postura. Sobre la proyección de las concepciones capitalistas se
tejió una noción que basaba la concepción del mundo como una especie de pastel,
del que habría que sacar la mejor tajada para poder aspirar a proyectar una
visión o una imagen (ilusión en todo caso) de éxito, y ya que el fin justifica
los medios y algunas personas resultan más favorecidas que otras, producto de
un pasado u origen obediente a la luz o de umbrales luminosos, la fórmula
estaba más que lista.
Se trata de una ilusión más relacionada con la capacidad de delirio
que el ser humano ha podido cultivar y potenciar a lo largo de todos estos años
de impunidad, la del poder, poder de cambio y me refiero a valores de uso, no a
revoluciones fundamentadas en cualquiera histórica coyuntura. Se trata además de
una impunidad jubilosa, que puede llegar incluso a celebrar la crisis y la
catástrofe, incluso, a provocarlas. No es que se trate de algo con el nivel de
sutilidad que le permita no dejarse ver en evidencia sin dificultad. Se trata
más bien de una idea que se impone dejando una sensación de temor, y quizás
fascinación. Desde luego se espera que quien asuma riesgos posea un carácter
impetuoso, incluso se tolera que llegue a estar poseído por él, sin embargo no
puedo dejar de sentirme traicionado y manipulado en pro de esa o alguna forma semejante de evolución socio-industrial,
que para mí posee los tintes de una basurera felonía.
Es curioso pero sin el fortalecimiento de las instituciones que
consolidan el mundo moderno no habría sido posible en principio ese mundo, pero
en vez de tomar la dirección de un modelo de desarrollo adecuado a una forma de
lógica anticipativa, que llevara al género humano a correr riesgos y aventurar
conquistas, con un mínimo de respeto por quienes se vieran afectados ante tales
descubrimientos de arrojo, valentía, entusiasmo o simple vulnerabilidad ante la
estimulación que puede provocar un posible horizonte en una mente ambiciosa,
esta especie (la especie contradictoria, voluntariamente depredadora de todo,
aun de sí misma) se inclinó por la forma inestable de una patología en la
organización fundamental de su estatus dominante. El asunto resulta a mi modo
de ver, brutalmente intuitivo (aunque bien podría decirse instintivo) y
abrumadoramente oscuro. En las infinitas representaciones de la incertidumbre,
acudiendo al mundo claroscuro de la especulación, voy a tratar de fundir mi
punto de vista con respecto a la noción de realidad, entendiendo por realidad
la forma en que es percibido algo que ocurre.
Es cierto que estoy partiendo de varios supuestos poco definidos y que
ello, como despedida anticipada ofrece unos enganches argumentales un poco
flojos, sin embargo mi interés comunicativo ha estado más encaminado a proveer
una lectura agradable que un análisis estricto, espero haber logrado al menos
eso. Así que si ya llegaron a este descanso lectudinario
y hay ánimo de continuar, lo mejor será adentrarnos en ese espeso universo,
desproporcionado de rigurosidad, que me propongo explorar. Alguna vez Jean Luc Godard,
en un extraordinario Documental de Win Wenders hizo una compasiva reflexión
acerca de los límites concretos de la publicidad: “…si duraran más de un
minuto, tendrían que decir la verdad…”. La verdad, enunciada tenuemente es otro
lugar común de difícil articulación con el gesto argumentativo. Imagino que
habrá una comisura de decepción en el rostro lecturiento que haya despalabrado
el texto hasta aquí. No hay motivo para desesperar, puede haber algo que salve
los preciosos minutos invertidos hasta ahora, que quizá no sea el simple deseo
de hacer valer el metálico rudimento del sistema dominante del que he hablado,
con sus desproporciones evidentes.
Si se entiende que deseo provocar una suave inquietud acerca del tono
familiar que se puede tener en torno a las particularidades (narratibles como lo es toda buena
anécdota) construidas a propósito del curiosearse las hendijas que separan la
fachada del “interior”, entonces los pensamientos van por buen camino. Se dice
que se avecina un nuevo pánico financiero de repercusiones insospechadas. Permítanme
suavizar un poco esta idea: una vez que
el Hada madrina ha visto desvanecerse la factura de su hechizo, se contempla el
jolgorio de un mundo al que no se podrá volver sin caer al mismo tiempo, en el
infierno particular de la irrealidad, y es al mismo tiempo la plenitud de una
fantasía que debe romperse para que exista como fantasía, aunque tenga que
existir en este caso, como una contemplación de lo que los franceses ya habían
llamado, regodeándose incluso, La Fatalidad. Algo así como lo que habría
pasado si Alicia se queda para siempre en el Bosque sin Memoria, sin su
experiencia, sin ella misma que pueda dar cuenta de Alicia, sin historia;
contradicción. De este modo, el bosque no tendría un camino, ni un sentido de
profundidad que ha derivado incluso por estas nuevas rutas de la espontaneización, en los divergentes
postulados de La Matrix, y sería otra versión más de Caperucita.
Pero revirtiendo el tema, que ya estarán diciendo algo así como qué se
habrá fumado este, sin un poco de esa información abaratada por la degradación
del mercadeo que toda información puede sufrir, y según he afirmado el Ser Humano es básicamente información,
cuando se trata de construir, por ejemplo una opinión como la que ya quien lee estará a punto de abandonar, la
aparente ingenuidad al respecto condiciona los elementos necesarios para hablar
con autoridad mediática. Puede incluso tratarse de una especie de corazonada, y
con esto no quiero terminar de desalentar mi postura, simplemente busco sacarle
partido a la semblanza producida por un horizonte contemplado a lo lejos,
visualizado casi de oídas. Cuando llegue el tiempo de la conciencia ardiendo en
distancias quizá menos sombrías se dirá: -¿Recuerdas a aquel ingenuo maltón de
mirada apacible y notas descualibradas,
aquel que se la pasaba mutilando palabras y creando esperpentos léxicos; ese
que no se contentaba con engranarnos la fatiga de sus disparates sino que nos
atiborraba de bellas sandeces por la Internet? – ¿Tú, recuerdas? -¿Ah, sí, qué
fue de Él? -¿Ah, no sé, pero que risa no? Sí, porque la verdad, o al menos su
sospecha, como dicen los grandes humoristas provoca en ocasiones una risa
impenetrable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario