AL MARGEN
DE CUALQUIER DEFINICIÓN
En la tecnologizada actualidad en
que nos encontramos y en la aún rozagante aurora del mismísimo siglo veintiuno,
el cual fuera fantásticamente idealizado entre perspectivas sagradas y profanas,
tal como solía expresarse por algunos lares que hasta hace poco existieron, se
estima que más de novecientas cincuenta mil especies marinas aún no han sido
descubiertas. Esta afirmación quizá expresada de manera excesivamente
coloquial y desde una ética mas bien un tanto distraída, desde luego pretende ir más allá de la consabida sentencia de que se ha
explorado más la superficie de la Luna, y por ahí derecho que posiblemente sabemos más del orbe de Marte,
porque el “Wall-E” ese que enviaron para efectuar la tarea suicida de una
primera exploración a la distancia, pues como que ya desde hace rato que viene
estableciendo intensa comunicación y transmitiendo las inaugurales postales de
ese distrito extraterrestre para el que ya nos preparamos. Difícil imaginar los informes de un robot solitario
sobre sus larguísimas y agenciadas ociosidades, en este caso en el planeta
hermano.
Realmente que nos hemos alejado de
aquellos principios de donde se considera que proviene, con fundamentos más que
elocuentes, la mayor parte de las raíces en las que se afirman de manera
categórica las múltiples configuraciones, socialmente paradigmáticas, en que
nos las pasamos inmersos actualmente, y
lo hemos hecho de manera magistral, nadie lo niega, a unos niveles de
monumentalidad que pareciera a veces como si sólo se tratara de un fenómeno de
distracción de masas, prejuiciosamente hablando y por decirlo de algún modo. Excúsenme
el posible uso desmedido del epígrafe y los coloquialazgos;
en mí es casi como un fundamento histórico, perdido en el horizonte de una
generalizada indiferencia por antiguos arquetipos, de todas formas tan
ancestrales. Pero es que no debe haber nadie que no sea producto, directo o
indirecto, de ese fenómeno conocido con el aún controvertible nombre de modernidad.
Y que sirva como evidencia para afianzar la ligera confusión de algunos
argumentos demasiado sinuosos.
Las dimensiones escabrosas pueden
hacer parte de una brusca particularidad contemporánea, la cual si fuera
necesario explicar, podría relacionarse más o menos objetivamente, a través de
ese otro fenómeno de explícitas filiaciones artefactuales con el impulso de la
interacción lingüística, y que se distingue de manera igualmente debatible, en
medio del periodo bipolar del entrelazamiento ecléctico de las generaciones de
fin y comienzos de siglo, tan poshumanista y preliberal, en términos
desparpajados; yo la convocaré bajo el improbable calificativo de aforo ecléctico del lenguaje enmarañizado.
A vosotros os hablo, podría ser un modus confraternus validus in operantia
en este sub-vertedal territorio, donde las realidades se tergiversan con
absoluta tranquilidad, en un efectivo ensañamiento de grafía autodidacta por
más señas.
Y en eso ya les llevamos una gran
distancia a los demás animales, al menos en esa dimensión que consiste en
imponer una psicología de conducta de reconocimiento legítimamente superior, sobre
sus distintos semblantes comunicativos, de los cuales se está precariamente al
corriente, habría que señalar. Bueno, tampoco una conducta de reconocimiento
legítimamente superior, pero sí al menos una que licencia para modificar
brutalmente los entornos y hacer casi todo lo que se le viene en gana sobre el
arañado orbe terráqueo, y allende los cielos, cuando ya no tanto sobre los
espíritus y otros dioses, que a veces parecieran pestañear entre sueños
colectivos. Claro está que a veces ello ocurre con un carácter fascinante y no
siempre desde el punto de vista más íntegro, pero eso es harina de otro costal
y el ser humano tiene derecho a soñar, aunque se vea abocado de tanto en tanto,
a beneficiarse con un tipo de observación estimada sistemáticamente bajo otras
facetas del dogmatismo especulativo, por decirlo de algún modo.
La ciencia es.., o más bien se
define, bueno es difícil cuando se trata de constreñir gran parte de nuestra
sutil estructura de marcada curiosidad artefactual, definir eso que podría
llamarse de buenas a primeras, para empezar por algo, “el oficio ortodoxo y
culturalmente aceptado de los
investigadores factuales”, cuyo quehacer no es más que un rastreo
permanente de aquellos hechos que, por su vigencia y conjunto de rasgos
desconocidos, permanecen sepultados en la oscuridad de lo que se ignora, una
travesía más bien fantástica desde ciertos ángulos. Volveré sobre este punto en
algún momento. Tal vez sólo un tramo de este simulacro de afirmación no sea un
axioma descabellado, pues de la ciencia se puede decir incluso que se comporta
como un ensayo experimental, un ensayo del discernimiento en continuo ejercicio
autocorrectivo, y en la actualidad, con una marcada estética performática si se
me permite.
Es seguro que también se pueden señalar
los más diversos y puntuales disparates sobre la ciencia, sin que tintineen
como las cabriolas de una cháchara barata, pero hay ciertas cosas que hacen
mejor con quedar insinuadas, principalmente tratándose de unos horizontes tan
especificados. Y por cosas debo manifestar que me concibo habitante de un punto
de vista limitado por orquestaciones particulares que no vale la pena mencionar
en este bosquejo, pero del cual se puede decir que le asigna una referencia
grandilocuente a todo aquello que pueda ser señalado, sin despertar
animadversiones de ninguna especie, dentro de la naturaleza que puede ofrecer
un puesto de observación cualquiera, delimitado por aparentes nimiedades a
tomar en cuenta. Si me equivoco innecesariamente con ello reclamo de antemano
un por favor abstenerse de sentenciarlo en mi haber, pues este documento no
guarda relación directa con la ciencia ni con ninguna de sus ascendencias, por
lo menos las más cercanas.
Además de
reinventarse nuestra mitología rejuvenece con épica persistencia.
En 2004 inició un periplo que a la fecha no
termina, su génesis abarca una gran área del planeta azul, de este planeta que
habitamos los humanos sin conocer, con digna plenitud, ni una pequeña fracción
de su materia y las intrincadas relaciones derivadas de la misma. La historia
de ese periplo se vislumbra por primera vez en un registro sónico de naturaleza
inexplicable, flotando en un territorio ignoto de la jurisdicción más inescrutada de nuestro enigmático
planeta azul. El registro es una pista resonante que posee un perfil
misterioso, el cual proviene de alguna de las todavía teóricas regiones vedadas
de las profundidades del océano, del cual se dice que conocemos peor que lo que
se puede afirmar que conocemos la superficie de “nuestro” satélite rocoso, a un
buen número de kilómetros de distancia por fuera de la estratosfera.
Quizá el hecho de que nos hallemos
casi que coleccionando o conquistando, o registrando de manera permanentemente
e insaciable, un determinado recodo de conocimientos sobre tantas áreas, tan
lejanas y difusas amén por todos los visionarios, no sea más que una
encantadora persiana que facilita el tener que afrontar, bajo condiciones
favorables para los delicados sentidos, la responsabilidad de razonar sobre lo
poco que de esta exuberancia de vida en permanente peligro se ha podido
integrar cuasi̴cabalmente, a la macro-dimensión que sojuzga cuanto existe con
la supremacía de la especie superior. Y es que en nuestra común biografía,
permítanme conjeturar a tú por tú, nuestra presencia quedará definitivamente y para
la posteridad, como el acto ruin de unos genes desenfrenados que se las
arreglaron para convertir el refugio galáctico que nos tocó en suerte, en un
lugar más bien corriente que usamos como cloaca inmensual para contener los
dadivosos mismas residuales en los que suelen expresarse, con ampulosa
grandilocuencia, las magnitudes altruistas de un progreso cuestionable.
En fin, que es una opinión más bien
algo armagedónica y no debería ser tenida en cuenta, más allá del interés efímero
en los delirios de un expeditivo más o menos coetáneo. Pero ya que la enormidad
que significamos demanda un absurdo flujo de suministros, y que en la
actualidad la relación que se tiene con el planeta se ha transformado en un tema
de consumación riesgosa para la propia supervivencia, el desnudo dato de que al
alcanzar un considerable número de individuos o ejemplares, sin otro propósito
definitivo que sobrevivir a costa de cualquier artimaña de prudencia, simplemente
amilana todos los atisbos de sensatez. Es muy simple tal y como suena, sin
embargo en la realidad diaria se manifiesta como una sombría paradoja; hemos
multiplicado nuestras posibilidades de permanecer, aunque al hacerlo también
multiplicamos o exponenciamos, las oportunidades de todo lo contrario.
Las expectativas van y vienen,
atravesando de maneras tan sensatas como escandalosas dicha problemática. En
medio de todas estas ilusiones y de aquellas que, como materia prima de la
mente, nos sirven para configurar tanto las nociones más personalizadas como
las culturalmente menos exóticas, así por ejemplo el amor o la felicidad en sus
acepciones personales, y las otras más extendidas y susceptibles de ser atribuidas
a un molde de tradición más consensuada, o al conjunto comportamental conocido
por sus prácticas habituales, por decirlo de alguna forma, ironías de nuestra dialéctica
categoría de existentes, se destaca una que nos marca como especie, quizá mejor
que cualquier otra que nos haya constituido. De igual forma se trata de una
sensación ilusoria, una percepción transmigrada en los genes, que nos aproxima
a la posible índole foránea de nuestro origen.
El producto de nuestra perspicacia sobre
los linderos de una idea acaso neciamente desacreditada, de que podríamos o bien
no, encontrarnos solos en el universo, ha permitido quizá la sucesión de
evoluciones e involuciones mentales responsables, cuando menos, del momento
actual, en el que la pregunta se ha estrechado pero también mixtificado considerablemente,
en el sentido racional involucrado con la dimensión del pensamiento científico.
Claro está que no se puede generalizar libertinamente sobre una cuestión tan
espinosa. Suele aceptarse que a través de lo que se conoce como pensamiento
científico, se llega a deducir de manera bastante admisible, que una
aproximación menos generalizada puede implicar, aunque no necesariamente,
resultados más especializados y unidos por la potencia del raciocinio, en forma
tal que mientras más se explore una parte del todo, mejor puede verse
aproximado el entendimiento sobre las relaciones con el todo que podrían estar
determinando la parte.
Bajo la lupa de un sano
escepticismo y siguiendo todavía la ruta de pensamientos más aceptada, resulta
más factible en la actualidad que quienes escucharan las cuestiones en torno a
nuestra posición en la inmensidad del cosmos, y la exótica posibilidad de
encontrar horizontes interpretativos semejantes, o incluso alguna arcana civilización,
ajena a la historia que nos define como especie, se encuentren más inclinados a
la juiciosa aplicación de sus facultades sobre el calibre de esta pregunta. Y
ello, me atrevo a denunciar, dentro del entorno mismo que creemos habitar casi
por entero, ilusión mentefáctica, como si fuésemos o hubiéramos sido la única
conciencia con potenciales reflexivos, representativa del rasgo identitario de
extraordinaria excepcionalidad y todo lo que se quiera, que nos ubica a los
seres humanos en un lugar privilegiado de la historia que, por otro lado,
parece ser conocido sólo por nosotros y con mucha precariedad de igual forma,
si nos ponemos un poco francos.
Pues bien, volviendo al 2004, en la
superficie de la historia más reciente, aunque no por ello mejor registrada y
no por negligencia voluntaria, quizás todo lo contrario, aparece entre el
cúmulo de “descubrimientos” que podrían beneficiar el acervo (¿aura?) cultural
que nos circunscribe a la realidad de manera directa, y que todavía no lo han
hecho habría que precisar, gracias a que los consabidos y reconocidamente
desconocidos intereses nacionalistas y gubernamentales
de un poderío todavía vigente, del cual no me quiero acordar, supuestamente se
encuentran amenazados o en potencial de estarlo, uno de dichos alumbramientos
de la razón merece, así obedezca a una naturaleza discordante, incluso quimérica
o desfigurada, una especial y detenida atención, si se consideran sus posibles
aplicaciones, aunque continúe en tela de juicio el fraude impenitente que
parece oscurecer el extraordinario hallazgo, el cual se ha visto encubierto, o
podría verse de ser cierto, por la capacidad que otorga y se adjudica el
monopolio del poder, o al menos su brutal contingencia.
Si bien el leve alboroto generado
por el “informe parcial” del hallazgo,
no parece tener como intención el poner en perspectiva los desmedidos despliegues
de autoridad de una determinada institución, que ello no tiene mucho caso
cuando se conocen, e incluso se deducen sin problemas, las arteras estrategias
de que son capaces los estamentos que constituyen las cúspides de las pirámides
sociales, a lo mejor en este caso tal presencia se concibe, por lo menos,
moralmente ineludible. Sobre lo que sí resulta interesante hacer énfasis, es en
el cuerpo testimonial de quienes por años, casi una década de seguimiento según
el informe, estuvieron involucrados en las investigaciones de rigor que son el
trabajo ordinario, es decir, cotidiano, de quienes por su carácter académico y
metódica preparación, no pueden dejar de ser vinculados, también, con el
enfoque científico que define el oficio ortodoxo y culturalmente aceptado, de los investigadores factuales, sobre
aquellos hechos que por su vigencia y conjunto de rasgos desconocidos,
permanecen en la oscuridad de lo que se ignora.
De modo semejante a lo que parece
ocurrir con la belleza, el movimiento también resulta susceptible de ser
apreciado en el ojo de quien contempla. Tal vez otro poco pueda decirse sobre
los datos provenientes de una especulación con tintes fantásticos, como la que
se encuentra contenida en el documental sobre el “Bloop”. Habiéndome lavado las
manos hasta donde me fue posible, me vuelco ahora hacia lo pertinente, o al
menos hacia lo que me resulta más oportuno de mencionar, uno de esos puntos que
de manera efectiva, concurren prestos a sacudir la más entusiasta actitud hacia
lo que deriva en prioritario. Ni más ni menos que el árido talante de una
denuncia, no un rumor como puede glosar la imaginería de las superficies, una
sobria denuncia contante y sonante. Y esta denuncia comienza con el "Bloop".
"Bloop" es el nombre con
el que se designa al aspecto acústico de una eufonía submarina, filtrada en un
receptor de ultra baja frecuencia y revelada en algunas grabaciones del fondo
oceánico, las cuales fueron realizadas por diferentes estaciones de
investigación y reconocimiento, en distantes períodos sin evidente relación
entre sí. En el documental de 120 minutos de enfática síntesis y narrativa manifiesta,
se sondea una hipótesis ligeramente emparentada con una pintoresca corriente de
pensamiento, de tópicos privilegiadamente evolucionistas, en la cual se relaciona
el origen humano con la identidad de un ser viviente, el cual hasta ahora ha
sido visto a través de un cristal pulimentado en la leyenda y la mitología, las
Sirenas.
Entramos pues, en una dimensión del
tiempo en la que los horizontes de la especulación se suspenden en un
encantador sumidero de fabulaciones ingeniosas. Así es como existe el tiempo
examinado con un parvo de osada disciplina, funciona a la defensiva cuando dudamos;
poéticamente hablando la envergadura del espacio nos ahuyenta desvergonzadamente
de sus dominios con una melancolía incomprensible y desierta. Einstein indicaba
que en todo cálculo sobre el espacio y el tiempo, que vienen a estar compuestos
más o menos de la misma sustancia, hay una enorme franja de discernimiento intransferible,
y que en una gran variedad de procederes raudos y desasosegados, dicha
sustancia percibida mediante categóricas interpretaciones, se tropieza intrincada
y es susceptible de evidenciar sus interconexiones, si se sabe dónde buscar.
Tiempo que corre hacia el pasado,
hacia una especie de contrario devenir que termina en un ámbito de recuerdos,
de precedencias sociales que forman el origen ético de nuestro remoto comienzo.
Irónicamente se les ha condescendido una identidad exclusivamente lírica, lo que
ha terminado por atenuar dichos recuerdos, en convenciones instaladas en la
fundamentación de lo que se considera ilusorio, poco más que prótesis
culturales fabricadas por el camino, como una bruma que excede los tendones estremecidos
del desapego. ¿Y si en su totalidad esos antiguos registros que suelen ser
considerados artificiosos, tuvieran algún sustrato material contrastable con la
realidad más inmediata y genérica? ¿O es que tratamos con una realidad manipulada
en el cepo de la conspiración?, valga la redundancia.
De cualquier forma la denuncia parece
ir por otro lado, no pretende estancar una desacreditada teoría, en las tibias consideraciones
intrigantes que se pueden hacer sobre las vagas cartografías de nuestra
historia como especie, más bien se concentra en un presente angustiante y en un
tipo de fenómeno todavía más angustiante, al menos para quienes se encuentran estrechamente
familiarizados con ese contexto colindante a los fenómenos relativos a la vida.
El tema tan aventurado como sugestivo disfraza un ventajoso subterfugio para hacer
énfasis, cuidándose de aguijonear importunas sospechas, sobre el posible daño
que puede estar ejecutando alguna de las dependencias de la Marina
estadounidense, al menos de forma directa, en las poblaciones de mamíferos oceánicos,
al efectuar procedimientos secretos en turbios experimentos con detonaciones
sónicas de carácter letal.
Que en el documental se ponga en
cuestión que entre las poblaciones afectadas, generalmente cetáceos, se
descubran también extraños registros y algunos despojos arrojados a las playas
entre los colosales cadáveres, de una especie desconocida que por obra y gracia
de la tecnología aplicada a los restos, recuperados en singulares
circunstancias, se terminan incorporando a la fisonomía casi inverosímil de una
Sirena, en una arbitrada restauración por parte de reconocidos peritos en
dichas técnicas, es más que nada una apreciable cuota del desolado espejismo en
que se abisman las actuales circunstancias.
Carl Sagan proclamaba que “no somos
ni más fuertes ni más activos que muchos otros de los animales que comparten
con nosotros el planeta. Lo único que somos es más ingeniosos”. Quizá las
personas dedicadas a la ciencia se interesen en diferentes aspectos de la
naturaleza, pero todas usan más o menos la misma perspectiva intelectual para
conducir sus investigaciones. Otro destino y otra materia de análisis lo
constituyen las perspectivas proveedoras de un determinado porvenir, dejando
más o menos en claro que en la actualidad el estatus de ciencia corre por
cuenta de las grandes corporaciones. Y sin embargo se trata de un legado cuya
principal cualidad es el ser compartido por la mayoría, nuestro atávico legado
de insubordinaciones y aventureras curiosidades, que nos lleva a parajes
distantes, ese nivel de procedimiento que nos hace avanzar en una dirección, a
veces sin fatigar las consecuencias, imponiendo las características peculiares
dominantes de una raza antigua, incluso para los aligerados repertorios de
datos en los que nos hallamos inmersos.
Al esparcir nuestro fundamentalismo
existencial entre los recodos de una historia de cruenta supervivencia,
tributada sin mayores distinciones sobre los sistemáticos exterminios de otras
especies menos célebres en la atávica carrera por el predominio, se transmuta
el componente evolutivo que ha permitido construir, a lo largo y ancho de una
genealogía desconocida, una determinada interpretación del mundo, que ha permitido
que exista el universo significativo que podemos intuir a través de los
caudales simbólicos con que nos acoplamos, provocando que se privilegien unos
intereses ridículos, en contraposición a la categoría de lo que se sacrifica
para que tales intereses puedan subsistir. Una forma repudiable de ser, desde
varios puntos de vista, en el hipotético contexto de las expresiones biológicas
de la hipotética “naturaleza humana”, purulenta y exquisita, repugnante y
fecunda.
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A. L. Beyersbergen
Del álbum comercial
Sweet dreams_Just kidding_WAKEY WAKEY_Time to start the day
Production ☀️🌅_📸 by @artsmadphotography
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