El señalamiento, modvs contemporanivs de
sujeción manipulativa.
Algunas
personas, un número robusto quizá, abrumadas con el pueril influjo de los
devaneos incesantes, verían con "buenos ojos" que el mundo se
simplificara un poco. Demasiados lenguajes parecen estar aglutinados en un
diálogo de sordos, una orgía de voces y voluntades cautivas en una inmediatez
atemporal. A veces se nos olvida que la premisa de ir más lejos de lo que nunca
un ser humano ha ido implica el reconocimiento de lo desconocido a través de
mecanismos susceptibles de encontrarse por fuera del estado del arte. Sin
embargo hay que aceptar que se trata de un fenómeno intimidante para cualquier
orgulloso representante del status quo, asimilar un montón de información que,
a lo mejor [lo más seguro], desmiente o desvirtúa lo que alguien en esa
posición, tal vez, se encuentra dispuesto a creer que conoce.
El
conocimiento siempre ha sido nuestro talón de Aquiles, pues somos poseedores,
como especie, o eso nos han dicho, de una curiosidad o de un aliento de
curiosidad que persuade con su desvergonzada autopromoción, como si se tratara
de una cualidad infinita que nos enlaza y nos desmigaja en los perennes
acantilados de una soledad cósmica, cada vez más grande, ante la fosforescencia
de los descubrimientos. Insospechadamente ignoramos que somos lo que
desconocemos y no al contrario; nuestra identidad de exploradores ha quedado
cautiva por las herramientas empleadas para satisfacerla. Ese auto-estímulo lo
adoptamos quizá por el abuso indiscriminado al que nos acostumbramos someter a “nuestro
mundo”, cautivo de nuestra presencia, por el momento, ya que al parecer hay
buenas razones para inferir que el idilio no durará mucho, a lo sumo unas
cuantas generaciones, antes de entender que la cosa funciona más bien al
contrario, y todavía un poco más, sin que nuestras ideas sobre lo que es el
mundo parezcan tener suficiente relevancia como para resistir el repliegue de
una simplificación al estilo, digamos, de las matemáticas.
El
conocimiento nos ha conducido a la interpretación de lo abstracto, inmensual empeño del inconsciente, el
culto al conocimiento nos ha conducido a la magnificencia de lo abstracto, pero
es la apariencia del conocimiento lo que desdibuja la configuración del
pensamiento abstracto, lo que permite apreciar aquello que podría llamarse: El
empoderamiento de la banalidad, es decir, de una minuciosa insignificancia. No
quiero exponer que debamos apelar a los linderos de la trascendentalidad, puesto que actualmente ello se interpreta como
una deformación del intelecto, como una indelicadeza propia de las rutinas de la
ignorancia, como una inflación arrolladora de conceptos amañados y nociones
autocomplacientes.
Pero sí
podemos apelar a otros linderos, digamos linderos de sangre, y no me refiero a
la masacre de décadas que tiñe el accionar de nuestras voluntades, sino al
inescrupuloso continente interno de significado y lenguaje que nos define y
determina, que marca nuestros rumbos la mayoría de las veces, que dicta las
iniciativas más impredecibles, y es allí, en esos tópicos tan espinudos donde
quiero internarme con el propósito de especular una impronta de opinión, un
germen de ideas universales, que mi buen amigo Efraín
Ávila Díaz me confió hace unas lunas y en cuyo acopio imagino que habrá
invertido al menos un par de décadas, como casi todo lo que llevamos a la
dimensión de la palabra, digamos en después de haber atravesado las interminables selvas
contemporáneas de información, sin otro equipo de supervivencia que una filosa autodidactia, y que quizá se ponga un
poco azul en presencia de los impositores de razonamientos aficionados y los
especuladores de la escueta mediocridad. Empecemos pues.
* * *
Convivimos en una contemporaneidad
algo alocada que precisa cierto nivel de afinación en el uso de los términos,
además de un mínimo de voluntad para restaurar los significados que la
mediocridad ha ido secuestrando (mancillemos el frío amparo de la
espontaneidad, ¿qué más se puede hacer?), con golosa fruición, para reforzar
los criterios aficionados a través de los cuales se impone (¿o se precipita?), el
tristemente célebre concepto de un amaestramiento obtuso, irritable forrajería; una alucinada era pues,
esta, de maravillas desechables y erudición aparente por doquiera que se vaya. Precisamente
es así porque la tendencia ha sido la contraria, la instauración de un nuevo
orden, desde el repunte kπtalista de
la revolución industrial, que sirvió de escudo a un desarrollo humano, responsable
de todo tipo de discordancias y malentendidos (mientras se da el tipo de
impulso que esta pauta de progreso demanda en sus etapas iniciales tanto como
ahora), de esos que por el camino de lo absurdo, van resolviéndose a la
mansalva. Hay que hacer precisión, pues, no sea que se desnuque la poca cordura
que queda.
Cuantas veces hayamos estado en
algún al borde del abismo,
mediáticamente hablando, se cultivan o coleccionan grandes contradicciones consecuentes
con el fenómeno, es decir, nos preexiste una contienda entre el intervenir por
la especie y el aguzar los sentidos con la impasibilidad contemplativa de un cazador
experimentado. Una amplia cobertura compite con un terrible desvío de índice psicogenético,
algunos lo denominan plasticidad de los términos, cuando menos una imperdonable
exageración, o transferencia o tendencia a la exageración; la de hacer con el
lenguaje juegos dóciles de ambivalencia significativa, lo que resulta no pocas
veces una tentadora ventaja, pero como dicen, todo vicio es una forma de abuso.
Tal vez haya que adentrarse en un terreno movedizo, constituido por el
incesante caos de las etiquetas socioculturales, históricamente definidas en el
llamado mundo de los imaginarios, que muy frecuentemente se encuentran
desbordados y demás, de giros y aproximaciones prejuiciadas, que se articulan y
dinamizan en una polémica retroalimentada de sí misma. Otro excedente
imaginario en todo caso.
“Las
cualidades buenas y malas son en el fondo las mismas, se basan en los mismos
instintos de autoconservación, egoísmo, deseo de propagación, etc.” Nietzsche
(el primero)
Es posible que desatinemos al
elegir, casi rabiosamente, como materia prima para la exploración de nuestra
precaria humanidad, el enfoque social, político o económico; es la ciencia, el arte, la reflexión, lo que
escudará el derecho a existir, dado por sentado en la actualidad, pero
manifiestamente ausente de las prioridades y urgencias que ofrecen los sistemas
que pretenden administrar e impulsar al anhelo de reconocimiento, el cual suele
usarse para caracterizarnos como si lo que realmente importa y que debería no
importar, efectivamente ya no importara y hubiéramos superado la insipidez del,
digamos, fachadismo. La ironía de la
humanidad es el humano mismo. El ser humano se extiende más allá de una
responsabilidad existencial; alcanza a la supervivencia de un hábito que podría
mal llamarse de cultivo de la conciencia,
lo cual trasciende o debería trascender el auto reconocimiento, al menos en
ello se asemeja buena parte de la inquieta o revoltosa presencia que de alguna
manera representamos. Al parecer y a juicio de valor, nos gusta participar de
materias que se nos antojan trascendentes, y de vez en cuando damos realmente
con alguna que se ajusta bastante bien a dicha ambición, lo que depende muchas
veces de los grados de convencimiento más que de nuestras formidables
capacidades de detección.
Sobre el arte cada quien tiene su
opinión y, a juzgar por algunos argumentos esbozados a lo largo de la historia,
sería contraproducente para el mismo arte que se impusiera alguna, pues el
arte, sea lo que sea, no parece poder predecirse y es además un experimento
sugestivo y sugerente de evolución frenética, por lo que no se evidencian
reglas precisas y se involucran, además de los pensamientos, los sentimientos
y, quién sabe si de verdad hasta los apetitos que ignoramos. ¿Puede el deseo
cambiar lo que somos? ¿Incluso si es para empeorar? ¿No resulta un
contrasentido de arbitrio más bien adolescente? A lo mejor es que somos
adolescentes, nuestro uso de la tecnología parece probarlo e incluso decir que,
en el fondo, somos unas criaturas más bien malcriadas. Puede tratarse de una
falla de origen, pues, de manera singular, también solemos omitir o encubrir
los hallazgos que manan deslegitimados intereses anónimos, y como especie
solemos destruir con facilidad lo que no nos resulta representativo o que
parece ajeno por alguna razón, y como en la coyuntura que nos encierra la
otredad representa más bien una amenaza... Habría que preguntarse qué tipo de
origen, desde luego, pero por la vía del arte.
¡Como si pudiera existir algo en el
mundo de naturaleza ajena!, y ello resultara nocivo por alguna razón huidiza de
definir y siempre al acecho (la abstracción del mal, desmemoriado e insidioso, lo
que se supone dificulta sus atributos mercenarios). Entramos en los dominios de
la reciprocidad de la sospecha, con probada versatilidad de apariencia
arteriosclerótica. Las enflaquecidas afecciones de la voluntad con epicentro en
las universidades como los esqueletos de reumatismo, finalmente se toman el
mundo. Bajo todo este excremento subyace algo bueno, bajo nuestro entendimiento
del contradictorio fenómeno del equilibrio, quizá mejor asimilado entre los
meditadores, según susurra un antiguo dicho persa, de una época cuando las
mujeres detentaban el empleo ingenioso de la palabra y los relatos se
engalanaban con perfumes texturas y miradas fijas tras velos sensuales, que lo
dejaban todo a la imaginación, raigambres que ahora se encuentran comprometidas
en los designios del comercio de influencias y que poco tienen que ver con el
umbral desde el que furtivamos
nuestra historia.
“Todo está
relacionado con todo lo demás y todas las cosas van a parar a algún sitio” Epicuro
Demasiados puestos de responsabilidad
social, política, económica, y no pocas distinciones administrativas, tal vez
consecuencia de la necesidad de incrementar la eficiencia, están en manos de
una pseudominoría mediocre [la empeñada en la imposición de criterios
aficionados], mientras que el elemento explosivo (en sentido de potencia, de
capacidad) menos susceptible de ser retenido por la parálisis de la tradición,
es decir, la juventud, hábil, capaz,
impetuosa, actualizada, queda más bien relegada a un último término,
simplificada en una forma nueva de manipulación mediática, una desesperada
urgencia de contenidos, una auto-motivada colección de interferencia warholiana
si se quiere, y más que colección, una acumulación. Generaciones de expropiados
y maldicientes, se entiende bien por qué si se apela a los recursos de la
investigación, y una tras otra ignominia, previamente registradas ante notario,
establecen nuestros derroteros de infortunio, bofetadas de una realidad inicua
que se expresa en forma de autócrata voluntad.
Gran parte de la erosión de los
significados en nuestro tiempo parece constituir una respuesta al hecho de que
nos dedicamos a teorizar sobre la experiencia compartida, y lo hacemos en mayor
medida como es dado considerarlo en los inicios de una era abrumadoramente tecnológica, donde la principal característica de
identidad es la inmediatez, es decir, virtualmente entretejida en la nervuda
ubicuidad de las tendencias. Nos agrada que los descubrimientos planteen
enigmas, por las razones que sean; parece ser un deleite biológico desarrollado en el cerebro de algunas especies,
así que al parecer sabemos qué esperar en ese sentido, al menos en lo que nos
concierna o pensemos que nos concierne. Asimismo nos encanta socializar, al
menos a una parte del espacio y el tiempo compartido da cuenta de ello, aunque
también conspirar o creer que se conspira, lo mismo da, no es más que raso entretenimiento.
Es como si a ratos los dinosaurios, o los inquisidores, dejaran de existir,
sólo para conjurar un retorno espectacular que garantice el parasítico peristaltismo
de los flujos de mercado.
Al fin y al cabo hay que darle un sentido
al mundo, aunque dicho sentido sólo ofrezca un rumbo inverso al práctico
planteamiento dinámico de un reconocimiento, basado este en nociones
comprobables más que en conceptos afianzados. Matizar el dialecto al servicio
de las evidencias, no es lo mismo [aunque este ejemplo sea tal vez demasiado
evidente] que configurar las evidencias al servicio del dialecto. Lenguaje y
conocimiento se redefinen mutuamente, pero el núcleo de los recursos que lo
permite, sin embargo, parece ser un enigma que palpita bajo el enmarañado manto
de la palabra arte. Para aproximar este posible disparate puede ser necesario avecinarse
un poco a la opinión, más o menos divulgada, de que las nociones de identidad
pueden estar vinculadas, exhaustivamente, a la simbiosis del poder, y viceversa.
En términos generales sería difícil aproximarse mucho más. ¿En qué concepto
tenemos al ser humano?, por ejemplo, ¿quizás está sobrevalorado?, ¿quizás es lo
contrario? Es posible que el sentirse
protagonista de algo sea tan inevitable como el querer sentirse
protagonista de algo. Generar sentido de pertenencia por aquello que ocupa un
sitio importante en algún lugar determinado.
Eludir lo ordinario no es sinónimo
de eludir lo típico o lo cotidiano, de igual forma que el fenómeno de la
revolución no es sinónimo de rebelión, a menos que se haya impuesto la censura
sobre la necesidad y el derecho de expresarse y sobre las condiciones
manifiestas de su construcción, es decir, contenidos, destinatarios y fuentes.
Pero, en principio, ¿por qué se impone un criterio de censura? Desde luego no
otra cosa que por el deseo de sujetar el poder y mantener las riendas de la
ilusión de autoridad que provee el autoritarismo, administrado bajo criterios de
excelente apariencia, que regulan en código burocrático la imposición de un
bien común, apenas definible, aludido mediante el uso desbocado de clichés y
otras bagatelas dialécticas de retórica trillada y desvergonzadamente auto
promocional. Así, de la meticulosidad atemporal con que se alimenta una
contemporaneidad incoherente podemos colegir, sin mucha dificultad y sin forzar
excedentes, un par de imágenes:
Sólo cuando el ser humano sea capaz
de crear vida se podrá considerar la posibilidad de que el mundo, tal como lo
conocemos en sus dimensiones de sentido (búsqueda o pérdida del mismo), una
aglomeración casi amorfa de absurdidad,
se encuentre en posición para ser definido en sus justas proporciones
[descartar en pseudosímil si no lleva a nada]. Al contemplar lo que se requiere
para crear vida [y dado un supuesto de índole análoga podemos arriesgar], ¿accederemos
inadvertidamente al crítico panorama de la destrucción, contemplaremos nuestra
posición como gestores de muerte?, tal como ocurre aunque en sentido inverso.
Algunos afirman que entre más vastos sean los territorios dominados por el
fluir de una realidad cuya materia prima base es la fluctuación superflua, con
su adjunta y muy bien merecida necesidad de justicia -impulsada quizás a partir
del incremento de las dinámicas de impresión y exposición- más fuerte será la
percepción de una carencia de escrupulosidad social, en general estipulada por
defecto, que desata una especie de
magnetismo semiautomático de la sociabilidad, que impele a ejecutar,
promover y atropellarse con la mayor cantidad de acciones execrables.
Por otro lado puede haber ya muy
pocas personas que estén dispuestas a suponer que, para vislumbrar muchos de
los aspectos de lo imaginado, se precisa una buena arqueología del lenguaje.
Algunas porciones del conocimiento también se encuentran en vías de extinción,
no siguen el curso natural que deriva la socialización, sino que quedan
arrinconadas por la estampida de los medios informativos ante la menor
insignificancia noticiable que,
gracias a la inmediatez, puede dar la vuelta al mundo en ochenta comentarios. Existe
una obscuridad gramática para asociar a los llamados sentimientos, el
Psicoanálisis parece dar cuenta de ella, pero también la Filosofía; sin embargo
basta contemplar la etimología subyacente en las comisuras de los paradigmas
vinculados para confundirse. En el pasado, al igual que no se hacía
diferenciación entre lo que en la actualidad conocemos como poesía y narrativa,
tampoco se desprendía lo que se pensaba de lo que se sentía. Si se siente el
mal, retaba la premisa, haciendo referencia a las fórmulas del dolor, la
axiomática molestia, el menoscabo del sufrimiento o la enfermedad, el
pensamiento empieza a derivar en un devenir de continuidades distorsionadas, o
lo que es igual, una falsa continuidad.
Se percibe la función consecuente
del pensamiento como un consecutivo del estado de ánimo. Si se siente el bien,
entonces hay menos obstáculos que entorpezcan el progreso de un pensamiento.
Hay al menos una discrepancia pero el sentido es simple, al fin y al cabo, existe
la empatía o capacidad de imaginarse en el “lugar” de la otredad, que puede ser
otra persona. ¿Qué evita que se quiera sacar ventaja de esa habilidad, o qué
hace que el sacar ventaja de una habilidad no sea nocivo para alguien más? ¿Se
trata de una ética demasiado lejana? ¿Es impensable? ¿Acaso es realmente insuperable
la opción de implementar estrategias de supervivencia que generan sus propios
peligros y conllevan sus propias amenazas, sin que se haga mucho por des-encausar
su desenvolvimiento? Magnetismo genético de factura inmediata. Una persona, una
promesa, diría Gandhi. Pero lo cierto es que las nociones de identidad sí pueden
verse demasiado vinculadas [diríase comprometidas] con la simbiosis del poder.
¿Debemos sentirnos condicionados por una percepción, tal vez exagerada, del
papel que podríamos estar representando?, ¿es posible que no seamos más que una
representación condicionada? Fascinantes preguntas cuyas respuestas esquivamos
o nos sentimos capaces de desdeñar cuando lo conjeturamos necesario, sin tener
que escarbar demasiado en la imaginación.
Interrogaciones es lo que sobra,
también interrogatorios. Tal vez urge renovar la burocracia de la cultura. La
sola expresión de tamaño atrevimiento precisa de estructuras comunicativas
mucho más complejas de lo que quisiéramos admitir. ¿Si la identidad se
extravía, el sentido de justicia queda a la deriva? ¿Es eso lo que nos pasa?
¿Hemos sido víctimas, oleada tras oleada, de lo que no podemos definir entre punzantes
aullidos de desconcierto, más que como impactos catastróficos de origen
desconocido, de mecanismos existenciales quizá peligrosamente ajenos a la
realidad, quizá inapelables? Vaya uno a saber. ¿Cuáles son, por ejemplo, los
elementos de una nacionalidad legítima? ¿Cada aspecto constituyente de una
pluralidad en potencia? Seguramente no. Muchas veces son fronteras de esquema
excluyente las que terminan empleándose para marginar un determinado reducto de
pseudoidentidad, promocionada muchas veces bajo la disimulada figura de un
cívico chantaje o un compensatorio y muy bien visto soborno burocrático.
Destinarse a indagar los complejos
problemas sociales que constituyen el laberinto de un determinado
subdesarrollo, cualquier país por moderno o posmoderno que fuera los tiene y
sus gobiernos quizás los administren juiciosamente, sería uno de los primeros
compromisos a patrocinar o considerar. El entendimiento por encima del oficio,
el trabajo por encima de la profesión. En vez de conciencia jurídica,
conciencia comportamental. Desgobierno en un sentido de autogobierno, al fin y
al cabo, nos debemos al tiempo en que vivimos, por ello hay que conocerlo,
reconocerlo... Pero, ¿ha quedado algo sin traicionar, de lo cual se pueda hacer
un símbolo?, ¿o hemos importado tanto refinamiento y simpatía que ya no queda
nada auténtico, ni el aislante del que podríamos disponer para conservar un
poco de dignidad? Muchas veces el futuro que se puede cambiar es el distante no
el inmediato. Y una de las primeras temáticas que habría que inspeccionar, tal
vez sea el refinamiento de nuestras ideas u opiniones sobre lo que se distingue como democracia, la complexión de la identidad representativa
que debería estar proyectada desde de la Universidad, bastión idóneo para renovar
su contenido social fundacional, al fin y al cabo de allí nace el arquetipo, es
decir que deberían estar intrínsecamente vinculadas todavía.
“Ciudad,
ese lugar, nefasto quizás, donde día a día sube el nivel de las paredes para
esconder el cielo a las multitudes enfermas”
Germán
Arciniegas
Un cambio de paradigma implica un
esfuerzo social inverso, lo que de por sí lo hace arduo de manejar o querer
incluso aceptar; un esfuerzo inmensual, coordinado y multitudinario como ese
implica disciplina. Y la alternativa típicamente elegida suele ser la
represión, origen de todos los levantamientos, incluso de los revolucionarios,
que suelen de cuando en cuando pretender un tipo de gobierno que pueda
expresarse a través de proporciones e ideas democráticas profundas y no sólo
ingeniosas, guiadas por un sentido realista de la interpretación de la
justicia, es decir un gobierno capaz, y ello sólo se consigue si se aplican los
dispositivos empleados en el fenómeno del conocimiento, para verificar con
legitimidad procedimental los núcleos y vertientes de cada problemática, pero
la academia desde donde se realice tiene que emanciparse, una vez más, debe hallarse
dispuesta una vez más, a destruir los conceptos calcados, anquilosados y erráticos
que se han camuflado de manera radical, muchas veces, como elementos
importantes.
Ya dadas las condiciones para converger,
al menos en teoría, de manera virtual, la nueva historia debe ser un [o
lograrse o formarse con o proyectarse como] democrático registro de hechos y
laboratorio itinerante de carácter cultural. Pero si ni siquiera sabemos lo que
somos hacemos nada pensando en términos de desarrollo, pues se termina descollando
siempre objetivos ajenos. No es secreto que aún estamos muy lejos de lo
autóctono pero estaremos todavía más lejos, tal vez irremisiblemente lejos, si
seguimos abrazándonos a lo que estamos acostumbrados, a lo que nos han
acostumbrado los traidores, voluntarios o no, [de o a] nuestra desconocida
grandeza continental, pues la historia está anclada y enterrada, posiblemente
abatida junto a las fosas comunes, en el territorio más desconocido de América,
como ya lo han expresado reconocidos expertos: la América misma, acaparada con el
deleite sanguinario de los mal llamados americanos. ¿Habrá que adoptar una
identidad rampante con la que no queremos sentirnos identificados o más bien
tendremos que adoctrinarla?
No siempre hay que partir de las
angustias cotidianas y abolir las preocupaciones, pero quizá esta vez sí, pues al
parecer son obstáculos sólo necesarios para administrar a conveniencia la
ignorancia [Desde luego las angustias cotidianas de base, no las de los
privilegiados]. También se deben abolir los prejuicios y el interés y volcar el
individualismo en una dimensión colectiva de la cooperación en la que el
individuo sea un protagonista rizomático... El laboratorio del dinero empieza a
apestar, ¿por qué se lo sostiene?, ¿tanto nos gusta regodearnos en la
crapulencia de las variopintas expresiones góticas del poder elevado a la
potencia de se hace lo que se me pegue la
gran puta regalada gana?, es posible, pero también que se precisa un nuevo
laboratorio, basado en el mercado de conocimiento, justo en esta era
digitalizada y electrificada, ahí mal que bien. Es más que oportuno para los
agentes mediadores del conocimiento, que anden por ahí, enseñando a hacer cosas
útiles, que permitan el desarrollo de los habitáculos para los diversos estilos
de vida que pululan en disputa en este horroroso reality, llamado a veces
pre-posmodernidad.
Hay otra dificultad, la mística
nacional o patriótica suele utilizarse como un brebaje eficiente para la
aplicación de determinados entendimientos exentos de reflexión, si bien
franqueados como si de principios científicos se tratara, así que también es
una tarea peligrosa. La ecuación es simple: cuando la ficción, que surge como
una respuesta a la injusticia, se inmiscuye en la realidad como elemento de
cohesión [atravesando quizá un sendero coercitivo, pero no vamos a conspirar], se
crean espejismos de inmortalidad, y ello podría fermentar consecuencias
insospechadas para una especie, ya pre-posmoderna, cuya mentalidad se encuentra
general u ordinariamente habituada a las representaciones inciertas, y por
allí, a una tendencia social comunicativa habituada a terciar pintorescas
relaciones [no me refiero a Alá] con alguna extraña deidad. Pero la resistencia
de los intelectuales debe andar avanzando por allá por los albores del nuevo
orden mundial, si es que se lo creen, y ya se aprestan los artistas a dejar una
huella, ¿de sentido?, que si resulta imborrable no sea un eufemismo por la
sangre derramada en un suelo infundado de falsa gloria.
¿Creamos un mundo disfuncional
porque no sabemos cómo dar término al conjuro echado a andar o no sabemos cómo
detener algo que quizá ya nos arrastra con su influjo maligno?, ¿o somos seres
disfuncionales y como resultado el mundo no podrá ser otra cosa más que el
desdibujado, o deformado, o desfigurado reflejo sin lustre de lo que somos, y
nuestra única solución es esperar a que se dilate por sí misma, a que ceda y se
desvanezca, a que deje de tener relevancia existencial? ¿Cuál es el sentido de
justicia que se impone o el parangón moral que nos impulsa a adoptar una visión
de la justicia en la que todos pierden o tienen algo que perder, y a través de
la cual se afianza un estado de malestar en el que cualquier gesto puede ser
interpretado como un acto heroico, si sirve para justificar algún motivo de
celebración? Ya se ha especulado que la justicia se afinca en un deseo de
satisfacción tanto como en una idea de saneamiento, y ambos propósitos se
vinculan y articulan en un burocrático aparataje institucionalizado de lo que
podríamos llamar la dimensión profesional
de la revancha, que por lo general se encuentra rigurosamente financiado.
Finalmente, sea cual sea el
derrotero, conviene tener en cuenta que los malos diseños, o los diseños
mediocres, o bien importados bajo la infundada convicción de se podrán adaptar
a nuestras insuficiencias organizacionales, siempre exigirán reparación, y
cuando se repara un mal diseño se olvida o se tiende a olvidar que se puede
diseñar bien; corregir malos diseños abruma o dilata el conocimiento de diseñar
bien, arruina incluso la posible meticulosidad atemporal del absurdo
contemporáneo que nos define.
* * *
para Fundación TRUEKLAND
por Alberto Castellanos Córdoba
coordinador interdisciplinario del departamento de investigación en artes integradas de la institución para el desarrollo del fomento y el fomento del desarrollo "agencia EXPLORA", asesor socioeducativo en la empresa para el fortalecimiento educativo y la educación del fortalecimiento "Servicios Sustanciales" y director cinemático en la linea de iniciativas productivas, consecuentes y diagnósticas para el escrutinio y la puesta en práctica de realizaciones audiovisuales, tanto en Hispanoamérica como en la zona del Pacífico, centroamerica y el Caribe "CINECUANONfilms".
El artículo de nuestro redactor de reportes arroja más sombras al caso, con el denuedo intransigente de quien busca emprender la travesía de un horizonte lejano. Un tópico migra sus vocablos hacia otros tópicos, donde la curiosidad por la curiosidad atestigua al menos un estado revelado, o por revelarse, en la convulsionada abrumancia de las interconexiones contemporáneas. Multiplíquense pues las exuberantes y polifónicas desmesuras que a veces permite el intercambio apresurado de fragmentos de lenguaje, uno de los ecosistemas del intelecto, condición sedimentaria en nuestra configuración de identidad como especie. Apuntes para reflexionar, en todo caso, quizá mejor de lo que el autor mismo propone, lo que ofrece ocasión para citar que las opiniones esbozadas en los mismos se consideran de su exclusiva responsabilidad, si bien se apoya su criterio de documento.
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